28 ago 2013

LA DEUDA SOCIAL


Listo: Hola, Julio. He leído tu post de hace unos meses IZQUIERDAS Y DERECHAS en el que incluyes una especie de catálogo ideológico que, a modo de test, según tú, serviría para que los que lo necesiten verifiquen si su forma de ver las cosas se acomoda a los estándares ideológicos de la izquierda o de la derecha. Yo he hecho el ejercicio y... bueno, admitiré que no está mal. Pero, tengo una curiosidad: en la casilla de la columna “Para la izquierda” de la fila «Empresario» dices «... por lo que debe interiorizar que está en deuda permanente con la sociedad», y en la siguiente fila, en la misma columna, mencionas el concepto «deuda social». No había oído este concepto y no tengo claro cuál es su significado, por lo que te tengo que preguntar qué es para ti la deuda social.
 
Julio: Pues significa algo muy importante y, desde luego, la clave para configurar una verdadera política de izquierdas.
 
L: A ver, a ver...explícate.
 
J: Efectivamente, el empresario tiene que asumir que está en deuda permanente con la sociedad porque todo lo que consiga y haya conseguido en su función empresarial (que no suele ser poco) lo debe a la sociedad de la que, tenlo muy en cuenta, se sirve, repito, de la que se sirve.
 
L: Bueno, bueno, Julio, ya empiezas... Dices que se sirve de la sociedad, pero no me negarás que el empresario también la sirve —y mucho—, principalmente porque le proporciona productos y servicios y genera empleo, contribuyendo, por tanto, al bienestar y al progreso de la sociedad. ¿O no?
 
J: Vale, tío. Eso es verdad, por eso, precisamente, tener el privilegio de ser un actor importante en el desarrollo de la sociedad en que está es uno de los aspectos que le coloca en la posición de «deudor social». ¿O es que no es un privilegio el poder sentirse admirado y reconocido en la sociedad en la que le ha tocado vivir? ¿Y a quién se lo debe?
 
L: ¡Joder, macho! ¡Vaya teoría! Visto así todo el que tenga un papel socialmente destacado debería pedir poco menos que perdón porque se lo debe a la sociedad en la que está inmerso; y aquí incluyo a los intelectuales, artistas, dirigentes políticos, deportistas, comunicadores, etcétera, de éxito.
 
J: Hombre, pedir perdón, no. Pero asumir que todo se lo debe a la sociedad en la que está, sí, y, por tanto, que está en deuda permanente con ella.
 
L: Entonces, ¿para ti no tienen importancia atributos tales como talento, esfuerzo, imaginación, sacrificio, dedicación, trabajo... y cosas así que son los que generalmente adornan la personalidad de los triunfadores?
 
J: Claro que todos esos atributos son meritorios y los valoro, pero no me negarás que, en los respectivos cometidos de cada uno de esos triunfadores, todos están obligados a revertir a la sociedad al menos una parte importante de lo que ellos son capaces y los demás no. Los intelectuales estarán obligados a aportar conocimiento y directrices; los artistas, su arte; los dirigentes, una honesta y eficaz gestión; los deportistas, sus triunfos; los comunicadores, objetividad y claridad,... Y así todos los que hayan alcanzado un estatus social preponderante y que gozan del reconocimiento social. Es decir, entre los triunfadores, por un lado, y el conjunto de la sociedad, por otro, se establece un canal para el flujo de satisfacciones compensatorias en ambos sentidos; si este flujo se rompe (porque el triunfador deja de aportar), desaparecerá el reconocimiento social y, por tanto, la consideración, ventajas y prerrogativas del estatus de triunfador.
 
L: No sé, no sé. No te enrolles, Julio, y volvamos a los empresarios. Si estamos de acuerdo en que aportan a la sociedad productos y servicios y generan empleo, ¿no te parece suficiente?
 
J: Efectivamente, aportan productos y servicios y, lo más importante, los puestos de trabajo. Y como se deduce del test que ha dado lugar a esta conversación, en la nómina que paga regularmente, es decir, en los sueldos y salarios de sus trabajadores, está la materialización del pago de «deuda social» del empresario.
 
L: O sea, te parece poco las deudas con sus proveedores, con la Seguridad Social y con Hacienda, que vas tú e incorporas al pesado zurrón empresarial de su tradicional pasivo el concepto «deuda social». Como lean esto se van a descojonar.
 
J: Pues no deberían; ni tú, listillo, tampoco te lo deberías tomar a broma. Porque de lo que hablamos es una cuestión más importante de lo que parece. Me explico. Aunque a ti no te suene el concepto que nos ocupa, la «deuda social» realmente es algo asumido y que se tiene en cuenta en cualquier sociedad avanzada. No es otra cosa que la contribución de cada ciudadano al mantenimiento del bienestar de la sociedad a la que pertenece. Una parte muy importante se liquida a través del sistema impositivo. que, generalmente, se basa en un esquema progresivo, de modo que los que más ganan o tienen paguen, proporcionalmente, más que los que menos ganan o tienen; y, en esto, casi todos estamos de acuerdo porque la mayoría de la sociedad tiene asumido que es lo justo. Otra parte es el pago de las cargas sociales de los asalariados y sus empleadores. Y, además, en el caso de los empresarios, otra parte de su deuda social es la justa retribución a sus trabajadores, y aquí está el quid de la cuestión.
 
L: Bien, ¿y...?
 
J: La cuestión está en que mientras los impuestos y las cargas sociales están perfectamente regulados por las leyes, en las retribuciones al trabajo hay menos rigidez normativa. Por tanto, la tendencia del empresario, generalmente, le lleva a, aprovechándose de esta flexibilidad, pagar lo menos posible, porque, lógicamente, este gasto minora directamente sus beneficios empresariales, y estos, los beneficios, son el principal objetivo empresarial al que el empresario subordina todo lo demás. Es decir, hablando en general, para el empresario el beneficio es su único y principal objetivo, por lo que cuanto mayor, mejor. O sea, cuanto menor sea el importe de la nómina que paga, mejor para él.
 
L: Vale, Julio, pero eso es normal. ¿O no es legítimo que el empresario quiera ganar lo más que pueda?
 
J: Pues no, no me parece legítimo ese planteamiento. Debe ganar, sí, pero un beneficio razonable, no lo máximo que pueda. Y esa razonabilidad del beneficio debe estar condicionada por el pago de su «deuda social». O sea, en mi opinión, el empresario debería asumir que una vez retraído su «beneficio razonable» y lo que considere que deba destinar a las inversiones ampliatorias de la empresa, el resto del beneficio empresarial debería ir al pago de la «deuda social», es decir, a la retribución complementaria de sus trabajadores.
 
L: Muy bonito, diría que celestial. Pero, ¿no te das cuenta, Julio, que has introducido el concepto «beneficio razonable» que es algo totalmente impreciso y ambiguo por lo que es imposible de cuantificar? Tu planteamiento es inconsistente.
 
J: Ya lo sé. Por eso, este planteamiento es imposible de llevar a efecto en estos tiempos, con nuestro actual marco jurídico y con nuestros esquemas económicos. Pero sobre todo, y esto es lo importante, por la percepción social que se tiene de la empresa y, más en concreto, del empresario. Determinados sectores han sido muy eficaces al impregnar la sociedad de la creencia de que el empresario —ahora le llaman emprendedor— es una figura benefactora socialmente porque genera empleo. Y eso nos ha llevado a asumir la idea de que todo lo que haga el empresario para ganar dinero es legítimo y cuanto más gane, mayor es su reconocimiento social. Por ejemplo, ¿cómo se considera en España a Amancio Ortega, posiblemente el empresario español de mayor éxito, a juzgar por la fortuna que ha amasado?
 
L: Pues, obviamente, se le admira, como es lógico.
 
J: Estoy de acuerdo, se le admira y casi se le venera. Es el prototipo de triunfador porque, según parece, partiendo de inicios muy humildes ha llegado a formar un imperio empresarial y a ser uno de los más ricos del mundo. En otra época, el modelo a seguir fue el de Mario Conde, basado, aquel, en el pelotazo, pero que también gozó de gran reconocimiento y prestigio social. O sea, ahora como antes, asumimos sin miramientos lo de «tanto tienes, tanto vales».
 
L: Pues, sí, Julio, nos gustan los triunfadores; es normal.
 
J: Vale, listillo. Pero después de lo que te he dicho, ¿crees que Ortega ha pagado justamente la deuda social que le hubiera correspondido? ¿No crees que debería haber destinado una mayor parte de sus beneficios empresariales a la retribución de los trabajadores de sus empresas? Puede que, en parte, esto lo podría haber llevado a cabo con el simple hecho de no deslocalizar los centros de producción de los artículos que vende su red comercial. Si no se hubiera llevado sus centros de producción a latitudes en las que la mano de obra está tirada y los hubiera mantenido en España, a cuyos ciudadanos vende una parte importante de su producción, y hubiese pagado salarios justos y en consonancia con la evolución de los beneficios empresariales, su fortuna actual sería menor, pero habría cumplido mejor con su responsabilidad con el pago de su «deuda social». ¿O no? ¿Eh?, listillo. ¿Qué me dices sobre esto? ¿Merece o no la pena tener en cuenta lo de la «deuda social»?
 
L: Hombre, visto así, puede que tengas algo de razón...
 

(Me parece que no le he convencido; este Listo se ve todas las tertulias de «El gato al agua» y le cae bien el inefable Carlos Cuesta de 13tv. No tiene remedio)
3-11-2017. COMENTARIO ULTERIOR: En junio 2017, el granadino Raúl Berdonés, presidente ejecutivo del Grupo Secuoya, resulto ganador de la XV edición del Premio Nacional Joven Empresario. Hoy he leído que en una reciente entrevista manifestó que el principal valor que debe adornar a un empresario para alcanzar el éxito es «saber devolver a la sociedad lo que la sociedad te ha dado a ti». La frase ha sido resaltada en la prensa.
 
Creo que este joven empresario estará de acuerdo con lo que hace más de cuatro años escribí en este post.











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