Listo: Hola, Julio. He
leído tu post de hace unos meses IZQUIERDAS
Y DERECHAS en el que incluyes una especie de
catálogo ideológico que, a modo de test, según tú, serviría para que los que lo necesiten
verifiquen si su forma de ver las cosas se acomoda a los estándares ideológicos de
la izquierda o de la derecha. Yo he hecho el ejercicio y... bueno, admitiré que
no está mal. Pero, tengo una curiosidad: en la casilla de la columna “Para la
izquierda” de la fila «Empresario» dices «... por lo que debe interiorizar que está en deuda
permanente con la sociedad», y en la
siguiente fila, en la misma columna, mencionas el concepto «deuda social». No había oído este concepto
y no tengo claro cuál es su significado, por lo que te tengo que preguntar qué es
para ti la deuda social.
Julio: Pues significa algo muy importante y, desde luego,
la clave para configurar una verdadera política de izquierdas.
L:
A ver, a ver...explícate.
J:
Efectivamente, el empresario tiene que asumir que está en deuda permanente con
la sociedad porque todo lo que consiga y haya conseguido en su función
empresarial (que no suele ser poco) lo debe a la sociedad de la que, tenlo muy
en cuenta, se sirve, repito, de la que se sirve.
L:
Bueno, bueno, Julio, ya empiezas... Dices que se sirve de la sociedad, pero no
me negarás que el empresario también la sirve —y mucho—, principalmente porque
le proporciona productos y servicios y genera empleo, contribuyendo, por tanto,
al bienestar y al progreso de la sociedad. ¿O no?
J:
Vale, tío. Eso es verdad, por eso, precisamente, tener el privilegio de ser un
actor importante en el desarrollo de la sociedad en que está es uno de los
aspectos que le coloca en la posición de «deudor social». ¿O es que no es un
privilegio el poder sentirse admirado y reconocido en la sociedad en la que le ha
tocado vivir? ¿Y a quién se lo debe?
L:
¡Joder, macho! ¡Vaya teoría! Visto así todo el que tenga un papel socialmente
destacado debería pedir poco menos que perdón porque se lo debe a la sociedad
en la que está inmerso; y aquí incluyo a los intelectuales, artistas,
dirigentes políticos, deportistas, comunicadores, etcétera, de éxito.
J: Hombre, pedir perdón, no. Pero asumir que todo se lo
debe a la sociedad en la que está, sí, y, por tanto, que está en deuda
permanente con ella.
L:
Entonces, ¿para ti no tienen importancia atributos tales como talento,
esfuerzo, imaginación, sacrificio, dedicación, trabajo... y cosas así que son
los que generalmente adornan la personalidad de los triunfadores?
J: Claro que todos esos atributos son meritorios y los
valoro, pero no me negarás que, en los respectivos cometidos de cada uno de
esos triunfadores, todos están obligados a revertir a la sociedad al menos una
parte importante de lo que ellos son capaces y los demás no. Los intelectuales
estarán obligados a aportar conocimiento y directrices; los artistas, su arte; los
dirigentes, una honesta y eficaz gestión; los deportistas, sus triunfos; los
comunicadores, objetividad y claridad,... Y así todos los que hayan alcanzado
un estatus social preponderante y que gozan del reconocimiento social. Es
decir, entre los triunfadores, por un lado, y el conjunto de la sociedad, por
otro, se establece un canal para el flujo de satisfacciones compensatorias en
ambos sentidos; si este flujo se rompe (porque el triunfador deja de aportar), desaparecerá
el reconocimiento social y, por tanto, la consideración, ventajas y
prerrogativas del estatus de triunfador.
L:
No sé, no sé. No te enrolles, Julio, y volvamos a los empresarios. Si estamos
de acuerdo en que aportan a la sociedad productos y servicios y generan empleo,
¿no te parece suficiente?
J: Efectivamente, aportan productos y servicios y, lo más
importante, los puestos de trabajo. Y como se deduce del test que ha dado lugar
a esta conversación, en la nómina que paga regularmente, es decir, en los
sueldos y salarios de sus trabajadores, está la materialización del pago de
«deuda social» del empresario.
L:
O sea, te parece poco las deudas con sus proveedores, con la Seguridad Social y
con Hacienda, que vas tú e incorporas al pesado zurrón empresarial de su
tradicional pasivo el concepto «deuda social». Como lean esto se van a
descojonar.
J: Pues no deberían; ni tú, listillo, tampoco te lo
deberías tomar a broma. Porque de lo que hablamos es una cuestión más
importante de lo que parece. Me explico. Aunque a ti no te suene el concepto
que nos ocupa, la «deuda social» realmente es algo asumido y que se tiene en
cuenta en cualquier sociedad avanzada. No es otra cosa que la contribución de
cada ciudadano al mantenimiento del bienestar de la sociedad a la que
pertenece. Una parte muy importante se liquida a través del sistema impositivo.
que, generalmente, se basa en un esquema progresivo, de modo que los que más
ganan o tienen paguen, proporcionalmente, más que los que menos ganan o tienen;
y, en esto, casi todos estamos de acuerdo porque la mayoría de la sociedad
tiene asumido que es lo justo. Otra parte es el pago de las cargas sociales de
los asalariados y sus empleadores. Y, además, en el caso de los empresarios,
otra parte de su deuda social es la justa retribución a sus trabajadores, y
aquí está el quid de la cuestión.
L:
Bien, ¿y...?
J: La cuestión está en que mientras los impuestos y las
cargas sociales están perfectamente regulados por las leyes, en las
retribuciones al trabajo hay menos rigidez normativa. Por tanto, la tendencia
del empresario, generalmente, le lleva a, aprovechándose de esta flexibilidad, pagar
lo menos posible, porque, lógicamente, este gasto minora directamente sus
beneficios empresariales, y estos, los beneficios, son el principal objetivo
empresarial al que el empresario subordina todo lo demás. Es decir, hablando en
general, para el empresario el beneficio es su único y principal objetivo, por
lo que cuanto mayor, mejor. O sea, cuanto menor sea el importe de la nómina que
paga, mejor para él.
L:
Vale, Julio, pero eso es normal. ¿O no es legítimo que el empresario quiera
ganar lo más que pueda?
J: Pues no, no me parece legítimo ese planteamiento. Debe
ganar, sí, pero un beneficio razonable, no lo máximo que pueda. Y esa
razonabilidad del beneficio debe estar condicionada por el pago de su «deuda
social». O sea, en mi opinión, el empresario debería asumir que
una vez retraído su «beneficio razonable» y lo que considere que deba destinar a las inversiones ampliatorias de la empresa, el resto del beneficio empresarial debería ir al pago de la «deuda social», es decir, a la retribución complementaria de sus
trabajadores.
L:
Muy bonito, diría que celestial. Pero, ¿no te das cuenta, Julio, que has
introducido el concepto «beneficio razonable» que es algo totalmente impreciso
y ambiguo por lo que es imposible de cuantificar? Tu planteamiento es
inconsistente.
J: Ya lo sé. Por eso, este planteamiento es imposible de
llevar a efecto en estos tiempos, con nuestro actual marco jurídico y con
nuestros esquemas económicos. Pero sobre todo, y esto es lo importante, por la
percepción social que se tiene de la empresa y, más en concreto, del
empresario. Determinados sectores han sido muy eficaces al impregnar la
sociedad de la creencia de que el empresario —ahora le llaman emprendedor— es
una figura benefactora socialmente porque genera empleo. Y eso nos ha llevado a
asumir la idea de que todo lo que haga el empresario para ganar dinero es
legítimo y cuanto más gane, mayor es su reconocimiento social. Por ejemplo,
¿cómo se considera en España a Amancio Ortega, posiblemente el empresario
español de mayor éxito, a juzgar por la fortuna que ha amasado?
L:
Pues, obviamente, se le admira, como es lógico.
J: Estoy de acuerdo, se le admira y casi se le venera. Es
el prototipo de triunfador porque, según parece, partiendo de inicios muy
humildes ha llegado a formar un imperio empresarial y a ser uno de los más ricos del mundo. En otra época, el modelo a
seguir fue el de Mario Conde, basado, aquel, en el pelotazo, pero que también
gozó de gran reconocimiento y prestigio social. O sea, ahora como antes, asumimos
sin miramientos lo de «tanto tienes, tanto vales».
L:
Pues, sí, Julio, nos gustan los triunfadores; es normal.
J: Vale, listillo. Pero después de lo que te he dicho,
¿crees que Ortega ha pagado justamente la deuda social que le hubiera
correspondido? ¿No crees que debería haber destinado una mayor parte de sus
beneficios empresariales a la retribución de los trabajadores de sus empresas? Puede
que, en parte, esto lo podría haber llevado a cabo con el simple hecho de no
deslocalizar los centros de producción de los artículos que vende su red comercial.
Si no se hubiera llevado sus centros de producción a latitudes en las que la
mano de obra está tirada y los hubiera mantenido en España, a cuyos ciudadanos
vende una parte importante de su producción, y hubiese pagado salarios justos y
en consonancia con la evolución de los beneficios empresariales, su fortuna
actual sería menor, pero habría cumplido mejor con su responsabilidad con el pago de su «deuda social». ¿O no? ¿Eh?, listillo. ¿Qué me dices sobre esto? ¿Merece
o no la pena tener en cuenta lo de la «deuda social»?
L:
Hombre, visto así, puede que tengas algo de razón...
(Me parece que no le he convencido;
este Listo se ve todas las tertulias de «El gato al agua» y le cae bien el
inefable Carlos Cuesta de 13tv. No tiene remedio)
3-11-2017. COMENTARIO ULTERIOR: En junio 2017, el granadino Raúl Berdonés, presidente ejecutivo del Grupo Secuoya, resulto ganador
de la XV edición del Premio Nacional
Joven Empresario. Hoy he leído que en una reciente entrevista manifestó que
el principal valor que debe adornar a un empresario para alcanzar el éxito es «…saber devolver a la sociedad lo que la
sociedad te ha dado a ti». La frase ha sido resaltada en la prensa.
Creo que este joven empresario estará de acuerdo con lo que hace más de cuatro años escribí en este post.
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