1 dic 2015

¡CLARO!


Generalmente, esta interjección se utiliza para significar que se está muy de acuerdo con lo que ha dicho otro, normalmente interlocutor del que la pronuncia. Por ejemplo, si alguien que me escucha dice ¡claro! cuando yo digo “el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”, lo que debo entender es que está de acuerdo con la ecuación expresada por mí. Vale, pero a veces también se quiere dejar claro algo más, que es a lo que me voy a referir.

Al decir con rotundidad ¡claro! en la situación comentada, el que lo dice lo que puede querer manifestar es que ya conocía, de sobra, el teorema de Pitágoras sin necesidad de que yo lo expusiera. Y si acompaña la interjección con un gesto apropiado, lo que está transmitiendo a quienes le escuchen es que lo que he dicho es más que evidente. Más aún, si a la interjección le sigue, tras una ligera pausa, el vocativo, adornándose con un gesto que exprese conmiseración, por ejemplo “¡Claro!... Julio”, se me está diciendo que no sea capullo; que lo que he dicho, por evidente y conocido, resultaba innecesario.

Así que el ¡claro!, además de su inocente uso para adherirse a lo dicho por otra persona, tiene otras utilidades más, digamos, puñeteras:
  • Una, para jactarse del conocimiento sobre el objeto o asunto de que se habla.
  • La otra, para reprender o reconvenir cariñosamente al interlocutor por decir, por evidente, lo innecesario.

Pero lo malo de la utilización en su versión puñetera del ¡claro! es que, en muchas ocasiones, resulta engañosa, especialmente cuando, sobre todo en el primer caso —para jactarse de conocimiento—,el que lo utiliza lo que realmente quiere es que no se note su ignorancia sobre lo que su interlocutor ha dicho. O sea, que cuando debía haber dicho “no tengo (o tenía) ni puta idea”, que es algo muy saludable y noble, lo que dice es ¡claro!, queriendo dar a entender “yo también lo sé”. A mí esto me molesta bastante.

Y lo peor es que esta utilización del ¡claro! como recurso o triquiñuela para disimular la ignorancia es muy frecuente. Aunque hay quien es muy eficaz en el disimulo, es decir, en que no se note la equivalencia del ¡claro! con “no tenía ni puta idea sobre lo que has dicho”, en la mayoría de los casos se puede notar la suplantación. Si el que lo intenta desvía la mirada cuando pronuncia la interjección que nos ocupa, o sea, cuando lo dice sin mirar a los ojos del interlocutor al que se dirige, hay que interpretar que está disimulando su ignorancia; me atrevería a decir que en el 90 por ciento de los casos se acierta con esta interpretación.

Por el contrario, si el que dice el ¡claro! lo hace mirando fijamente a su interlocutor con un inequívoco y contundente gesto de afirmación hay que interpretar que no está disimulando; en todo caso, lo que está haciendo es un sincero uso puñetero de la interjección, en cualquiera de las dos modalidades a que antes me he referido.

Para terminar, debo confesar que todo lo dicho vale para cuando el dicente del ¡claro! es varón; las mujeres tienen registros y recursos retóricos que se escapan a mi comprensión, así que no sé si todo lo anterior se puede aplicar a las féminas. Lo único que puedo decir es que tengo la impresión de que el ¡claro! es utilizado muchísimo más por ellas que por nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario