14 feb 2010

LA TELEBASURA

Para empezar, debo decir que soy de los que ven la telebasura (¡y no zapeando!); esto, por lógica, me permite opinar sobre ella con más conocimiento de causa que los que no la ven. A juzgar por lo que la gente dice y aunque se contradice con los datos de los índices de audiencia de la TV, parece que hay muchos más que no la ven que los que, como yo, la ven. Es decir, según lo que confiesa cada cual, parece que la mayoría no ve la telebasura... hum, no me lo creo, en este caso estoy por creer lo de los medidores de audiencia, que, por cierto, no sé cómo son ni, la verdad, me importan.

Lo que me importa es cómo la gente se avergüenza de sus actos, en este caso, de ver la denostada telebasura. Yo creo que no hay nada malo en ello y no veo justificado el airado despotrique que mucha gente, en cuanto ve la ocasión, dedica a este entretenido género televisivo. Los que así se muestran niegan con vehemencia y con falso pudor que lo ven; en todo caso, pueden admitir que han visto algo de ese género —casualmente, por supuesto— mientras zapeaban. Y digo yo: pues si no ven la telebasura, ¿por qué la enjuician tan mal?, ¿qué sabrán ellos de lo que se emite en tales programas? Está claro que la mayoría de los que así se manifiestan miente, cual bellaco acusado de quedarse con las vueltas. Lo que les pasa es que, absurdamente, sienten vergüenza de confesar que son consumidores de un producto televisivo reprobado socialmente; yo ya he dicho que no, en esto, no tengo vergüenza.

Estoy de acuerdo con que lo que se ve y se oye (a veces no se escucha a causa del griterío de los que los protagonizan) en este tipo de programas no resulta edificante; con que no son nada instructivos; con que no muestran conductas ejemplares que puedan servir de patrones o referencias sociales; con que los personajes más habituales resultan zafios y desvergonzados; con que los llamados periodistas del corazón, que en este género han encontrado un filón económico que para mí lo quisiera, son, generalmente, más que periodistas, una caterva de cotillas y cotillos sin escrúpulos... en fin, estoy de acuerdo con que a este tipo de programas lo de «basura» le viene que «ni pintao». O sea, no puedo discrepar del generalizado reproche social hacia la telebasura, me sumo a él... pero, para mí, eso no justifica que la repudie, es decir, que no la vea.

Porque a mí estos programas me entretienen y, no pocas veces, me resultan interesantes, y como, con frecuencia, a modo de folletines seriales, cuentan por capítulos las historias, problemas, rencillas, etc. de los protagonistas, me llegan hasta a intrigar, lo que hace que me preocupe de conocer, en el capítulo siguiente o en el final, el desenlace, o sea, cómo acaba la bronca. Y digo bronca porque ésta es el principal aditamento de un «buen» programa de telebasura; la bronca es la salsa de este género televisivo y el principal reclamo o aliciente para captar al espectador, al que no le importan (no me importan) las fundadas sospechas de que en buena parte de las broncas la actitud de los protagonistas frente a las cámaras es impostada, que además mienten y fingen con descaro, y que el móvil de su presencia en estos programas no es otro que ¡la pasta! (Que, según dicen, con frecuencia es «pasta gansa»). Dicho lo anterior, el lector se preguntará cómo sabiendo todo esto veo la telebasura. Trataré de razonarlo.

Es obvio que la clave del éxito de la telebasura está en que muestra la realidad (a algunos de estos programas los denominan «reality shows»). No es ficción; son personajes reales con sus propias historias y problemas; no hay más guión que el desparpajo, la caradura, la imaginación y las ocurrencias de los protagonistas, y, aunque mientan, finjan y oculten, son sus historias personales, con sus grandezas y miserias (de éstas, mucho; de aquéllas, casi nada). Por tanto, aunque haya sobreactuación de los protagonistas, son historias de la vida misma. Es verdad que son, por lo general, historias vulgares, porque también son vulgares los personajes, pero lo importante, insisto, es que son reales.

Si comparamos la telebasura con la ficción, en la que también, generalmente, se cuentan historias de personas, y haciendo abstracción de lo que en las novelas, en el teatro o en el cine resulta instructivo e ilustrativo por la información que aporta el creador sobre el escenario y contexto histórico y sociocultural en que sitúa la trama, la problemática personal de los personajes de la telebasura, en esencia, no difiere de la de los personajes de ficción, si bien, en el entendido de que en la telebasura las historias, normalmente, giran en torno a los aspectos más negativos del comportamiento humano: el desamor, la codicia, el egoísmo, la traición, la venganza, etc. O sea, en la telebasura se cuentan historias de «malos», no hay «chico (ni chica) bueno». Ahora bien, son historias reales y, además, contadas e interpretadas por los propios personajes, que también son reales; en eso, a mi entender, la telebasura gana a la novela (la ficción nunca supera a la realidad). Comparando la telebasura con las pelis de «malos», la telebasura queda aún mucho mejor, porque por muy buenos actores que sean Anthony Hopkins, Jack Nicholson, Jordi Mollà o el mismísimo Javier Bardem, por citar algunos que bordan los personajes «muy malos», siempre resultarán menos convincentes y, desde luego, menos cercanos que los personajes de la bronca telebasurera.

Por tanto, si disfrutamos leyendo o viendo las peripecias y desventuras de los «malos» de las novelas o del cine, por qué no vamos a disfrutar con la de los protas de la telebasura; a la postre, aquellos y estos son actores, si bien los de la telebasura interpretan la realidad de su propio personaje, y los de ficción... pues eso, son de mentira. Además, todo hay que decirlo, la telebasura tiene una gran ventaja: es gratis, y la ves desde tu sillón preferido y en zapatillas, que esto también cuenta. Dicho esto, me pregunto qué interés tienen los puristas antitelebasura en proclamar que no la ven, mientras que, posiblemente, no oculten o, incluso, alardeen de que leen o contemplan con placer las miserias y atrocidades de los «malos» de la ficción, que, además, suele ofrecer situaciones y detalles mucho más truculentos y escabrosos.

Digamos, pues, que ver la telebasura, con sus broncas y vulgaridades, a la postre no es más que la plácida contemplación de historias de malos, que es algo que siempre ha interesado al ser humano. A esto creo que se le llama morbo. Y si nos gusta el morbo... ¡¿por qué negarlo?!