30 abr 2010

SECTARISMO


Sectarismo es un termino que se viene utilizando mucho últimamente cuando se habla de política; sobre todo se utiliza el adjetivo sectario, que se aplica a los que, pase lo que pase, siempre están a favor de los suyos y en contra de los adversarios. Ya digo, pase lo que pase y hagan lo que hagan los unos o los otros; el sectario siempre con sus colores. Es un incondicional; da gusto su fidelidad...

Ya pueden, los suyos, cometer las mayores tropelías, los más abultados errores, las faltas e, incluso, delitos más evidentes, que el sectario siempre se mantendrá fiel a sus colores y los defenderá, si no con argumentos y razones, sí con vehemencia y persistencia; ¡ni una concesión al que ataque a los suyos! Como mucho, cuando se ve muy acorralado y no encuentra palabras para defenderse dialécticamente de las acusaciones de los otros a los suyos, siempre tiene a mano el recurso del «y tú más».

Estas actitudes ultras podría ser comprensibles, por ejemplo, en los seguidores más radicales y descerebrados de los equipos de fútbol. El fútbol, además de ser un gran espectáculo, es el espacio social apropiado para dar rienda suelta a las innobles, estúpidas y dañinas actitudes de los sectarios. Éstos, aunque vean que un defensa de su equipo le hace al delantero centro contrario una llave propia de la lucha grecorromana o le arrea con alevosía una patada al estilo capoeira (pero impactándole a la altura del esternón), difícilmente admitirán la falta: «se ha tirado» o «ni le ha tocado», será lo que balbucearán; los más brutos aprovecharán para hacerse notar con un «...le tenía que haber matado, a ese hijoputa...» sin el menor pudor... ¡angelitos! En el fútbol se les tolera, al fin y al cabo, aunque son nocivos, son, por decirlo de alguna manera, de consecuencias limitadas. Pero en otros ámbitos sus efectos son más preocupantes.

Me refiero, en concreto, a la pléyade de comentaristas y miembros de tertulias que proliferan en la radio y en la televisión, y que diariamente se ocupan desde estos medios de comunicación de influir —¡y vaya si influyen!— en lo que denominamos «opinión pública» exponiendo sus propias opiniones (?) sobre la actualidad política. A una gran mayoría de ellos les viene como anillo al dedo lo de «sectarios». Cada cual tiene sus colores y siempre está del lado de éstos, como antes decía, pase lo que pase y hagan lo que hagan. Objetividad, ecuanimidad e imparcialidad son actitudes desconocidas por ellos en su quehacer como opinantes, ¡ni se lo plantean! Ellos se ponen su camiseta al sentarse frente al micrófono o a la cámara y, ¡hala!, a defender con ardor sus colores y, si pueden, a dar caña a los que visten otra camiseta, especialmente si es la de su principal oponente; esa es su tarea y para eso les pagan. A mí me parece bochornoso.

Porque las personas a las que me refiero son, generalmente, de un nivel intelectual y cultural más que aceptable: periodistas, docentes, escritores, etc.; algunos, incluso, se considerarán que pertenecen a esa élite que denominamos «la intelectualidad». O sea, aparentemente no son tan cerriles y obtusos como los brutos sectarios futboleros, aunque, a la postre, no se diferencian mucho de ellos. Y eso es lo que me resulta incomprensible: que personas que en teoría tienen condiciones para analizar y opinar con objetividad las cosas que pasan, aportando sentido común y razonabilidad a la sociedad para facilitar a ésta su propio juicio, criterio u opinión, lo único que hacen es portarse como vulgares y despreciables «hooligans». A mí me dan asco, María Antonia.