30 ene 2012

ATHLEEEEEEEEETIC... ¡EAUP!

Si hay algo común en todos los bilbaínos es nuestro cariño por el Athletic Club de Bilbao, o sea, por nuestro Athletic. En esto estamos de acuerdo todos: hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos, viejos, trabajadores, empresarios, nacionalistas, no nacionalistas, ricos, pobres, etc. El cariño a nuestro Athletic es un sentimiento, como se dice ahora, transversal en todos los bilbaínos. Y empleo el posesivo nuestro porque nos pertenece a todos: es un condominio del que todos los de Bilbao nos sentimos, orgullosamente, partícipes. (Aclaro que cuando digo bilbaínos me refiero también a los vizcaínos y cualesquiera otros hinchas del club rojiblanco; aquí viene al pelo eso de que los de Bilbao nacemos donde nos da la gana).

Obviamente, este sentimiento de cariño hacia el equipo del pueblo o ciudad de cada cual no es exclusivo de los bilbaínos ni del Athletic; es algo bastante normal. Pero, lo del Athletic es especial; sí, sí, especial. No digo que los bilbaínos seamos más forofos de nuestro equipo que lo son los barceloneses, los madrileños, los coruñeses, los malagueños, etc., de los suyos respectivos; ni que nos mostremos más apasionados a la hora de animarle, de ensalzar sus valores y triunfos, o de sufrir por sus derrotas. Seguro que entre los hinchas o seguidores del Athletic hay de los que se lo toman a pecho y les afecta sobremanera, en positivo o negativo, los resultados de cada partido, igual que les pasa a los de otros clubes. Pero no es el apasionamiento ni la vehemencia los elementos que determinan lo especial del sentimiento general de los bilbaínos por nuestro Athletic, no. Es lo que he dicho antes: el cariño.

Y digo cariño porque no es un amor pasional, ni irracional veneración, ni desmesurada admiración, que es lo que parece que sienten los seguidores de otros equipos, sobre todo los de los dos poderosos, Barcelona y Madrid. Los bilbaínos, sencillamente, queremos a nuestro Athletic. Y lo queremos gane o pierda; si gana, mejor que mejor, y si pierde, aunque nos duela, se lo consentimos o lo toleramos.


Porque los bilbaínos somos conscientes de que nuestro Athletic, por la meritoria singularidad que le distingue —me refiero, obviamente, a que se nutre sólo de jugadores «de casa»—, está en inferioridad de condiciones respecto al resto de clubes con los que compite, especialmente a los dos grandes que antes he citado, por lo que tenemos asumido que es muy difícil que nuestro Athletic consiga ganar las competiciones en las que participa. No nos importa demasiado, estamos resignados... aunque no perdemos la esperanza. A nosotros nos basta con clasificarnos de vez en cuando para alguna de las dos competiciones europeas y, eso sí, con ganar al Barça y al Madrid en San Mamés.

Y si no se consiguen estos limitados objetivos tampoco nos lo tomamos a la tremenda; remediamos nuestro malestar con un conformista «qué le vamos a hacer»... y a otra cosa. Desde luego, gane o pierda, pase lo que pase, nuestro cariño por el Athletic permanece intacto. Y, eso sí, ese cariño lo demostramos como ninguna otra afición cuando consigue alguna «hazaña», como fueron las dos últimas ligas que ganó a principios de los ochenta. Como muestra véase la foto anterior del último recibimiento a la gabarra.

En cambio, los seguidores del Madrid o del Barça experimentan otras sensaciones. Lo que en realidad estos megaclubes proporcionan a sus seguidores, o lo que éstos buscan en ellos, es una especie de apoyo o soporte vital que les sirve a los hinchas para mejorar su autoestima personal. O sea, entre el club y el aficionado hay un vínculo interesado. Naturalmente el club necesita a la afición (en eso todos estamos igual), pero el aficionado —aquí está la diferencia— necesita del club para alimentar su ego o para su autoafirmación personal. Aunque no se den cuenta, en los culés y madridistas se da la siguiente apócrifa reflexión: «nuestro club es grande y poderoso, y por eso lo somos nosotros también».

Hasta cierto punto es lógico y natural; el ser humano, en su pequeñez, necesita de este tipo de soportes. Lo malo es que este vínculo interesado es, en realidad, una dependencia. No creo que exagero si digo que la tranquilidad o el grado de bienestar sicológico o emocional de buena parte de madridistas y culés en las horas, incluso días, posteriores a los partidos depende en buena medida de los resultados de sus respectivos equipos. Por eso solo les valen las victorias, porque si pierde su equipo, ellos, personalmente, también se sienten derrotados o, aún peor, humillados. Así, no es extraño que la afición de estos grandes clubes se indigne con el equipo cuando los resultados no son los deseados, y lo exteriorice con inmisericordes pitadas durante los partidos. La verdad, los madridistas y culés tienen un problema.

En esto de la autoafirmación personal, nosotros lo tenemos mucho más fácil porque no necesitamos de las victorias de nuestro equipo; a nosotros nos basta y sobra con SER de Bilbao y, por consiguiente, SER del Athletic.