15 mar 2014

ROJOS EN BILBAO

Acabo de volver de mi reconfortante y revitalizante escapadita mensual a Bilbao. Al contrario que otras veces, en esta ocasión ha acompañado el tiempo, así que ha sido todo un gustazo. Bueno, todo no. Todo menos los rojos. Es que el rojerío está presente en Bilbao; allá por donde vayas. Lo ves desde lejos, a medida que te acercas, cuando llegas… ¡mientras esperas! Rojo carmesí, rojo sanguíneo, rojo bermellón, rojo púrpura, rojo Ferrari, rojo Marilyn, rojo Carrillo…, pero, sobre todo, rojo plasta. Y es insufrible. 

En Bilbao, como somos como somos, hemos tenido siempre nuestro propio color: el azul Bilbao; bien chulo. A mí siempre me ha gustado. Lucía en las vallas estructurales de algunas calles, paseos y carreteras; en algunos marcos de puertas y ventanas; en las paredes interiores de locales y, menos, de hogares, y ahora hasta se muestra en las paredes de algunos frontones. También en la ropa se utilizaba el azul Bilbao, sobre todo, en camisas o jerséis; en fin, es o, mejor dicho, ha sido nuestro color preferido. Pero ahora se ha impuesto el otro: el puto rojo. Espero que no lo llamen «rojo Bilbao», sería humillante. 

A estos rojos te los encuentras por todas partes: en el centro, en los barrios, de frente, por la derecha, por la izquierda… Actúan en sorprendente y desquiciante coordinación y simultaneidad y, lo que es peor, permanecen impertérritos, arrogantes y desafiantes durante eternidades. 

Unas veces los ves llegar, pero otras te sorprenden al presentarse inesperadamente. Son coactivos y coercitivos. Se imponen solo con mostrarse. Te inmovilizan. Y más vale que los aguantes, si no… Así que no tienes más remedio que soportarlos durante el tiempo decidido en la aberrante planificación de los que los dirigen o manejan. Sí, sí, aberrante; digo bien. Porque, en esto, lo que se sufre en las calles de Bilbao es una aberración innecesaria. ¡¿Quién los dirigirá?!

Ya le dije al alcalde Iñaki Azkuna en una ocasión que, en Madrid, tuve el honor de compartir mesa y mantel con él: 

—Alcalde, convendría organizarlos mejor—. Naturalmente, no fue necesario aclarar que me refería a los semáforos.