24 dic 2015

TRAS LAS ELECCIONES


¡Lo que nos espera...! El resultado de las elecciones del 20D nos ha dejado un incierto panorama político. Resulta inútil hacer pronósticos sobre cómo se podrá formar gobierno o sobre si habrá que convocar nuevas elecciones; realmente, la cosa está más que difícil.

Como si tuviésemos poco con la incertidumbre que dejaron las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre (a fecha de hoy no sabemos qué va a pasar), ahora, tras las Generales, en España entramos en un periodo de 2 o 3 meses en el que los políticos nos van a marear con sus propuestas, rechazos, contrapropuestas, acusaciones, ocurrencias y todo tipo de planteamientos de solución —o sea, de pactos—  de lo que los únicos que van a salir beneficiados son los medios de comunicación y sus asiduos "politólogos", que, por el lío que se ha formado, van a tener mucho, muchísimo, de qué hablar en sus tertulias especulativas; es decir, van a poder competir con los políticos en ocurrencias.


Listo: Hablando de ocurrencias, Julio, ¿qué crees tú que va a pasar?
Julio: Ni puta idea, Listo, pero ya que quieres oír ocurrencias, te diré las mías al respecto.
L: Ya sabía que ibas a entrar al trapo. A ver, ¿van a formar gobierno o habrá nuevas elecciones?

J: Para responder a esta pregunta hay que tratar de ponerse en la piel de los principales candidatos de las dos fuerzas que han obtenido mayor número de votos, es decir, de Rajoy y de Sánchez, para intentar saber cómo ven ellos la posibilidad de enfrentarse, de nuevo, al proceso electoral y, más concretamente, a ¡una nueva campaña electoral!
L: Querrás decir para saber cómo prevén ellos el resultado de esas nuevas elecciones, ¿no?
J: No, he dicho bien; en lo que piensen sobre tener que enfrentarse a una nueva campaña está la clave. Porque supongo que a estos dos, sobre todo a Rajoy, el mero hecho de pensar que tienen que pasar de nuevo por las dos semanas de la nueva campaña les tiene que acojonar. Y lo entiendo; porque me parece que la campaña electoral para los principales candidatos es un martirio. Sí, sí, un martirio y de los más duros. Más en estos tiempos en los que los medios de comunicación los persiguen incansablemente, los obligan a entrevistas y debates, les critican cualquier cosa que dicen, etcétera. Y no digamos nada de los intensos viajes, mítines, baños de multitud y todas esas cosas a que se ven obligados. Y, para rematar, los riesgos que corren (¡que se lo digan a Rajoy!). Reitero, un martirio. Así que creo que, especialmente en el caso de don Mariano, por nada del mundo querrá que se celebren nuevas elecciones. Y esto es algo a tener muy en cuenta a la hora de pronosticar.
L: ¿Y Sánchez?, ¿tampoco querrá nuevas elecciones?
J: Tampoco creo que le haga mucha gracia, aunque en su caso puede que pese más el temor al resultado que la tarea de la campaña. Si bien, pienso que, aunque no lo pueda decir, tema también que, si en la anterior le "dieron" a Rajoy, pueda haber algún otro energúmeno salvaje que quiera vengar al gallego atentando de cerca contra él. Si yo fuera Sánchez, no desdeñaría tal posibilidad. Así que, para el pronóstico, a mi modo de ver, Sánchez también intentará por todos los medios que no haya nuevas elecciones.
L: ¿Y Rivera e Iglesias?
J: Estos son más jóvenes y vigorosos; puede que no les espante tanto enfrentarse a unas nuevas elecciones y a la consiguiente campaña. Se dice que Podemos podría mejorar el resultado; sobre Ciudadanos las previsiones no son claras. Pero como la decisión sobre las nuevas elecciones la tienen los dos principales partidos, PP y PSOE, lo de los otros dos no me parece determinante para la cuestión de si habrá o no que ir de nuevo a las urnas.
L: Entonces, si, según dices, la decisión la tienen Rajoy y Sánchez, ¿crees que se pondrán de acuerdo para coaligarse?

J: Pues es muy difícil. Rajoy lo quiere, pero Sánchez ya ha dicho que ni de coña. Algunos creen que este se va a desdecir; parece que le están presionando mucho, incluso desde su propio partido, pero creo que resistirá las presiones. Además, supongo que sabe que si apoya a Rajoy (aunque sea con la abstención) quedará fatal, después de haberle llamado nada menos que "indecente" ante casi 10 millones de españoles. No puede; antes dimitiría, que no deja de ser una opción, aunque creo que optará por otras soluciones.

L: ¿Otras soluciones? ¿Aliarse con Podemos y con el resto de la izquierda, incluida la independentista?

J: No creo que le dejen en el partido. Lo de Cataluña pesa mucho, y Podemos parece que está firme con lo del referéndum. No, aunque a mí me gustaría, como mal menor, no creo que sea posible que Sánchez forme gobierno.

L: Joder, pues tú dirás qué otras soluciones hay.

J: Una coalición PP, PSOE y Ciudadanos, en la que Rivera sea el presidente, Soraya, vicepresidenta y se repartan las carteras en proporción a los resultados. Y Rajoy y Sánchez a dedicarse a gestionar sus respectivos partidos hasta que les sustituyan en los congresos que se celebrarán. O sea, castigados sin recreo y de rodillas contra la pared, por haber sacado mal resultado electoral, aunque ellos dirán que es un sacrificio "por España".


L: ¿Y tú crees que Rajoy o el PP pueden aceptar eso, después de haber sido ellos los «ganadores» de las elecciones?
J: Pues lo aceptan o, de lo contrario, a nuevas elecciones. Y ya te he dicho que para Rajoy eso sería lo peor, con diferencia, de lo que le podría pasar. Haciendo las cosas como he dicho, él —y con él su partido, el PP— podría vender su renuncia como un acto de generosidad política y de patriotismo que, de cara al futuro, podría dar sus frutos al partido. Por otro lado, A Rajoy le veo un poco harto de la política; lo ha sido todo y lo que le esperaría de continuar en la primera línea seguro que no le resultaría agradable. Por otro lado, ya puede decir que ha ganado dos elecciones generales consecutivas, como Felipe, Aznar, y ZP, aunque en esta segunda, con la solución que he comentado, el PP sólo podría gobernar "parcialmente".
L: Para el PSOE, no parece una mala solución; para Sánchez, sí.
J: Sánchez ha obtenido un mal resultado, aunque, a mi entender, no lo ha sido tanto porque es la primera vez que el PSOE se ha encontrado con un competidor muy fuerte, como ha sido Podemos, invadiendo su espacio político (la izquierda). Pero parece que tiene contestación dentro del partido y le quieren mover la silla. Así que sus coleguis le pueden "invitar" a que retome su vida profesional privada, y den paso a otro nuevo líder (o lideresa) que compita con Soraya en las próximas elecciones (anticipadas, dentro de unos 2 años). Para el partido, es la única forma de poder entrar en un gobierno de coalición sin retractarse de lo que han dicho del PP y Rajoy. También lo podrán "vender" como un acto de responsabilidad patriótica.
L: Supongo que a Rivera le gustará la idea, ¿no?
J: Pues sí y no. Sí, porque ser presidente del gobierno es algo muy importante, sobre todo, para un hombre joven como él; no, porque, como de tonto no tiene un pelo, sabe que le putearían inmisericordemente, tanto los del PP como los del PSOE, y no digamos desde la oposición. Por eso, la legislatura no duraría mucho y se podría quemar de cara al futuro de su carrera política. Pero, como es un tipo valiente, creo que aceptaría el riesgo; por otro lado, si los otros dos partidos de la hipotética coalición se lo proponen como única solución para salvar la difícil situación postelectoral, no podría decir que no, mucho menos después de haber sido él el primero en proponer esta coalición (aunque no se haya postulado para presidirla).
L: Resumiendo, Julio: Según tú, Rivera, presidente; Soraya, vicepresidenta (que ya tiene experiencia); los ministros, del PP, del PSOE y puede que alguno de Ciudadanos, los primeros con las carteras más importantes... y asunto arreglado. No sé, no sé.
J: Yo tampoco, pero como había que decir algo... pues ya está.
L: Que pases buena noche, Julito, y tómate un güisquito a mi salud.
J: Cuenta con ello, listillo. ZORIONAK!!!

1 dic 2015

¡CLARO!


Generalmente, esta interjección se utiliza para significar que se está muy de acuerdo con lo que ha dicho otro, normalmente interlocutor del que la pronuncia. Por ejemplo, si alguien que me escucha dice ¡claro! cuando yo digo “el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”, lo que debo entender es que está de acuerdo con la ecuación expresada por mí. Vale, pero a veces también se quiere dejar claro algo más, que es a lo que me voy a referir.

Al decir con rotundidad ¡claro! en la situación comentada, el que lo dice lo que puede querer manifestar es que ya conocía, de sobra, el teorema de Pitágoras sin necesidad de que yo lo expusiera. Y si acompaña la interjección con un gesto apropiado, lo que está transmitiendo a quienes le escuchen es que lo que he dicho es más que evidente. Más aún, si a la interjección le sigue, tras una ligera pausa, el vocativo, adornándose con un gesto que exprese conmiseración, por ejemplo “¡Claro!... Julio”, se me está diciendo que no sea capullo; que lo que he dicho, por evidente y conocido, resultaba innecesario.

Así que el ¡claro!, además de su inocente uso para adherirse a lo dicho por otra persona, tiene otras utilidades más, digamos, puñeteras:
  • Una, para jactarse del conocimiento sobre el objeto o asunto de que se habla.
  • La otra, para reprender o reconvenir cariñosamente al interlocutor por decir, por evidente, lo innecesario.

Pero lo malo de la utilización en su versión puñetera del ¡claro! es que, en muchas ocasiones, resulta engañosa, especialmente cuando, sobre todo en el primer caso —para jactarse de conocimiento—,el que lo utiliza lo que realmente quiere es que no se note su ignorancia sobre lo que su interlocutor ha dicho. O sea, que cuando debía haber dicho “no tengo (o tenía) ni puta idea”, que es algo muy saludable y noble, lo que dice es ¡claro!, queriendo dar a entender “yo también lo sé”. A mí esto me molesta bastante.

Y lo peor es que esta utilización del ¡claro! como recurso o triquiñuela para disimular la ignorancia es muy frecuente. Aunque hay quien es muy eficaz en el disimulo, es decir, en que no se note la equivalencia del ¡claro! con “no tenía ni puta idea sobre lo que has dicho”, en la mayoría de los casos se puede notar la suplantación. Si el que lo intenta desvía la mirada cuando pronuncia la interjección que nos ocupa, o sea, cuando lo dice sin mirar a los ojos del interlocutor al que se dirige, hay que interpretar que está disimulando su ignorancia; me atrevería a decir que en el 90 por ciento de los casos se acierta con esta interpretación.

Por el contrario, si el que dice el ¡claro! lo hace mirando fijamente a su interlocutor con un inequívoco y contundente gesto de afirmación hay que interpretar que no está disimulando; en todo caso, lo que está haciendo es un sincero uso puñetero de la interjección, en cualquiera de las dos modalidades a que antes me he referido.

Para terminar, debo confesar que todo lo dicho vale para cuando el dicente del ¡claro! es varón; las mujeres tienen registros y recursos retóricos que se escapan a mi comprensión, así que no sé si todo lo anterior se puede aplicar a las féminas. Lo único que puedo decir es que tengo la impresión de que el ¡claro! es utilizado muchísimo más por ellas que por nosotros.

14 nov 2015

LAS ELECCIONES


Listo: A ver, Julio, tenemos las elecciones generales a la vuelta de la esquina y no te he leído nada sobre ellas. Según dicen, estos comicios van a dejar el Parlamento más fraccionado del actual periodo democrático al que van a llegar, por primera vez, los llamados partidos emergentes. ¿Qué opinas?
Julio: Pues lo que tú has dicho; que se presentan unas elecciones muy interesantes.
L: Vale, tío, pero mójate. ¿A quién crees que se debe votar? No es que te vaya a hacer caso, pero me gustaría saber tu opinión. Si te parece, te voy a preguntar por los candidatos.
J: Bueno, Listo, anda, pregunta.
L: Empecemos por Rajoy. ¿Qué te parece el actual presidente del gobierno?
J: Debo decir que no me cae mal; probablemente sea porque le veo como una persona nada fundamentalista, sin firmes convicciones, sin rigidez de criterio, con poca ideología… O sea, un poco amoral. Y eso, ya sabes, no le parece mal a uno como yo, que carece de principios, creencias y convicciones.
L: ¿Y eso te parece bien en un gobernante?
J: Pues sí y no. Sí, porque puede gobernar con mayor, digamos, elasticidad ideológica, y eso, no está mal. No, porque, al no estar condicionado por la rigidez de un corsé ideológico, le pone en riesgo de caer en improcedentes desviaciones interesadas. Por eso, a don Mariano lo critican desde todos los lados, incluso desde la derecha; pero, ya te digo, el gallego siempre me ha caído simpático, o, al menos, no me resulta antipático, como me pasa con su mentor Aznar, al que no soporto.
L: No sé si me ha quedado claro. De todos modos, ¿a Rajoy lo tienes entre los votables?
J: No, listillo, ni de coña. Nunca he votado al PP, ni nunca le votaré; ¡nunca! Totalmente descartado; pero eso no es incompatible con que Rajoy me caiga bien.
L: Bueno, bueno, tú sabrás. Vamos con otro, ¿votarás a Pedro Sánchez?
J: Tampoco me cae mal, pero no me convence.  El otro día lo vi en una entrevista en TVE que le hizo la bilbaína Ana Blanco y me pareció como muy melifluo… muy en su papel de chico bueno, guapo y simpático; pero poco consistente. Además, tuvo una metedura de pata imperdonable cuando atribuyó a su partido, el PSOE, la legalización del divorcio en los años ochenta.
L: Un error lo tiene cualquiera, Julio, tampoco es para tanto.
J: ¿Que no? Resulta que lo dijo adornándose y como ejemplo (el único que puso) de las realizaciones o aportaciones democráticas de su partido en el pasado. Para descojonarse; ya digo, fue imperdonable en un líder político. Y no digo que no le vaya a votar por ese fallo, no. No lo votaré porque soy de los que opina que el PSOE merece un castigo del electorado por haber sido, igual que el PP, también culpable de la vorágine de corrupción política que ha habido en España en  las últimas décadas; sobre todo por no haber introducido, mientras tuvo mayorías y gobernó, las necesarias medidas para conseguir transparencia, control y rigor en la actividad política, sobre todo en la acción de gobierno.
Así que el señor Sánchez, aunque él no se haya llevado ni un euro, tiene que apechugar con los pecados de su partido en el pasado. Que no cuente con mi voto.
L: Ya te veo venir; eres de los que votarás a los emergentes. ¿A Albert  Rivera, de Ciudadanos?
J: Este es el que, desde la distancia, mejor me cae. Me parece, además de inteligente y muy brillante, un político valiente y honesto. Lo tengo entre los votables; pero creo que no va a tener mi voto.
L: ¿Por qué?, Julio.
J: Pues, la verdad, no sabría decirte. Puede que su postura contraria al Concierto Económico Vasco haya influido en mí; pero no estoy seguro. Por otro lado, Albert Rivera se declara de ideología liberal; que no tengo muy claro qué es eso, pero me suena a eufemismo para no declararse de derechas. Tampoco me gusta su rígida posición contraria al referéndum en el asunto de Catalunya. En fin, que no me convence del todo. No obstante, te puedo decir que si gana las elecciones o si por mor de las alianzas postelectorales llega a ser presidente del gobierno me alegraré; creo que lo haría bien y que, por su valía y valentía, lo merecería.
L: Me parece que lo que te pasa es que lo consideras de derechas, y eso no sintoniza con tu vena izquierdista. ¿Eh?, Julio.
J: ¿Vena? En todo caso, mis tendencias y preferencias, Listo.
L: No sé, no sé… Nos queda Pablo Iglesias, de Podemos o de las candidaturas en las que se integre este partido. A este, que es de izquierdas, le votarás, ¿no?
J: Pues me temo que no. Me he enfriado con Podemos; y me jode, porque me ilusionó mucho cuando “se nos apareció”. Además soy fan de Errejón, al que me gustaría ver gobernando. También Iglesias me gustó el otro día en la tele, en “El hormiguero”, cuando cantó bastante bien una canción de Javier Krahe y me parece muy razonable su postura ante el lío catalán.
Pero el esquema operativo interno de su partido no me convence. Soy firme partidario de consultar o preguntar a los ciudadanos cuando se tienen que tomar decisiones controvertibles, lo dije con claridad en el primer post de este blog DEMOCRACIA DIRECTA-Referéndums por internet; pero lo de basar el funcionamiento interno del partido en un esquema multiasambleario en el que, teóricamente, todo el mundo opine constantemente, aunque queda muy bien de cara a la galería, me parece poco operativo y más propagandístico que real. Creo que es una fantasmada del señor Iglesias, de la que tendrá que desdecirse si quiere tener un partido ágil y funcional.
Así que no lo voy a votar. Ahora bien, si gana, también me alegraré. En realidad, lo que me gustaría es que, como parece que ningún partido va a alcanzar la mayoría absoluta, Pablo Iglesias y Albert Rivera consiguieran, entre ambos, mayoría para que se coaligaran y formaran gobierno. Así el PP y el PSOE, ¡a la oposición!, que es lo que se merecen.
L: Entonces, ¿no vas a votar?
J: Sí lo voy a hacer. He decidido votar a Alberto Garzón, de Izquierda Unida, o a la candidatura en que concurra a las elecciones, que creo que se denomina “Unidad popular” o algo así.
L: ¡Hostia!, Julio. No me esperaba esto… a ver, a ver, razones.
J: Garzón me parece un tipo limpio y, además, bastante espabilado y competente. No me gustó que Pablo Iglesias le diera, crudamente, calabazas cuando Garzón se ofreció para ir juntos a las elecciones. Por otro lado, me ha parecido muy razonable y coherente en su posición ante el problema catalán. Y, sobre todo, le voy a votar porque creo que se merece apoyo. Lo están ninguneando; todo el mundo baraja solo las otras cuatro candidaturas, menospreciando a un partido como Izquierda Unida que lleva muchos años aguantando en sus posiciones y sin haber conseguido, prácticamente, nada de poder. Ya digo, merecen más apoyo ciudadano. Así que mi voto para Alberto Garzón; espero que tenga muchos otros más.
L: Joder, Julio. A la vejez, viruela.


3 nov 2015

CARME FORCADELL

El pasado día 26 de octubre fue elegida presidenta del Parlament de Catalunya. Se había presentado a las elecciones del 27 de septiembre como número 2 de la lista «Junst pel Sí». Es miembro de ERC.
Al día siguiente, la vimos en todos los medios audiovisuales concluyendo su discurso de inicio de la andadura del nuevo Parlament con un ¡Visca la Republica catalana!, que fue acogido por la mitad de los parlamentarios (los de los grupos independentistas), puestos en pie, con un entusiasta aplauso que duró exactamente 1 minuto. Mientras el aplauso atronaba en el salón de plenos, la otra mitad de parlamentarios se mantenían sentados e impertérritos; o sea, como diciendo “a ver si paráis de una puta vez”. 
El mismo día 27 de octubre, Carme Forcadell escribió en su Twitter: “Seré la presidenta de tots. El #Parlament serà la cambra del diàleg i del respecte a totes les opinions”. Y, supongo, se quedó tan pancha. O sea, esta señora considera compatible lanzar vivas a la por ella deseada República catalana independiente con ser la presidenta de todos. En este todos no sé si incluía a la más de la mitad de los ciudadanos de aquella comunidad autónoma (votantes de las candidaturas contrarias al independentismo) o a la casi mitad de parlamentarios de la cámara que no le aplaudieron. Da lo mismo, porque de lo que no cabe duda es que ambas manifestaciones –la del “Visca” y la del “tots”- son una clara muestra de su incongruencia o de su cinismo, que no sé qué es peor. ¡Cómo son estos políticos!
Creo que la señora Forcadell va a dar mucho juego en el futuro inmediato. Siento no vivir en Catalunya y no hablar català para enterarme bien de lo que diga o haga, porque me voy a privar de una segura diversión. Aunque espero que los medios de comunicación ya nos informarán con detalle de las andanzas de esta buena señora.
No conozco casi a la Forcadell, salvo que, aparte de lo que he dicho,  hasta hace poco fue presidenta de la Asamblea Nacional Catalana y que, por eso, en los últimos tiempos ha tenido cierta presencia en la actualidad política catalana. Y precisamente por esa presencia en los actos políticos que, en relación con el movimiento independentista, se llevaron a efecto en los últimos dos años, había visto en los telenoticias imágenes en las que se veía a esta señora (entonces desconocida para mí) que me habían llamado la atención.
Me había llamado la atención que en las imágenes en que se informaba sobre los contactos mantenidos entre los dos principales personajes del independentismo, Artur Mas y Oriol Junqueras, que eran los que más conocíamos todos los que no seguimos desde la cercanía la actualidad política catalana, aparecía con frecuencia la imagen de una enjuta mujer en la que se evidenciaba su interés por colocarse muy cerca de ellos (o entre ellos) para así poder aparecer en las imágenes que podrían captar los medios de comunicación; o sea, se veía con claridad que se esforzaba para salir en la foto. Esta mujer era la Forcadell.
A riesgo de equivocarme, deduzco, por lo que he expuesto, que a esta buena señora le gusta el protagonismo más que a un tonto una tiza y que, en su nuevo cargo, presidenta del Parlament de Catalunya,  se sentirá más feliz que unas pascuas. Pero que ande con cuidado. Porque según el rumbo que están tomando los acontecimientos políticos en Catalunya va a haber lío; lío y del gordo. Y es muy probable que, de entrada, alguien pague los platos rotos. Y me temo que la Forcadell, por las iniciativas que, en su nuevo cargo, últimamente está tomando, podría ser la que reciba los primeros golpes de la pelea (o bronca) de carácter político y judicial que se avecina.
No me extrañaría que los principales impulsores del movimiento secesionista, Mas y Junqueras, que, indudablemente, son personajes políticos muy curtidos, listos e inteligentes, hubieran visto en la Forcadell a la “tonta útil” que les podría servir de escudo ante las iniciativas judiciales y penales que, desde el Estado, se tomen a corto plazo, y hayan promovido a esta señora para el importante cargo que ostenta actualmente para que sea ella quien tome las iniciativas políticas que se están tomando y, así, ellos mantenerse a salvo de las responsabilidades penales que puedan derivarse.

No se lo deseo, pero me temo que Carme Forcadell va a ser la primera víctima directa del proceso soberanista. Vamos, que la veo en la cárcel. Aunque, si es como me la imagino, seguro que en su eventual papel de primera víctima del “Procés”, o sea, como primer "mártir" del independentismo catalán moderno se sentirá aún más feliz que presidiendo el Parlament. A esta le va la marcha.


OTRAS ENTRADAS DEL BLOG

COMENTARIO ULTERIOR (29-07-2016): Según El País, el Gobierno en funciones ha pedido este viernes al Tribunal Constitucional que abra la vía penal contra la presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell, por desobedecer sus sentencias y por ser "la persona claramente implicada y afectada" que lidera una institución que vulnera "de manera flagrante el Estado de derecho y el orden constitucional". Puede que mis vaticinios se cumplan.
COMENTARIO ULTERIOR (04-11-2017): Es obvio que no he acertado en mi pronóstico de que la Forcadell sea el primer personaje catalán en entrar a la cárcel por su papel en el «procés». El pasado 16 de octubre ingresaron en prisión «los Jordis», y el 2 de noviembre lo hicieron el exvicepresidente del Govern y siete de sus exconsellers. A Puigdemont, que se ha abierto, le está buscando la juez Lamela, que es quien está llevando el caso en la A.N.. Carma Forcadell está a la espera de lo que decida el Supremo.

COMENTARIO ULTERIOR. Hoy, 23-3-2018, la Forcedell, junto con otros destacados políticos independentistas, ha entrado en prisión 

25 oct 2015

RISAS RIDÍCULAS


Es indudable que la risa es una reacción humana positiva y saludable; por tanto, bienvenida sea, sobre todo, cuando es espontánea y obedece a una causa racionalmente divertida. Y digo racionalmente porque hay personas a las que su razón (o, mejor, sinrazón) no les impide considerar divertido —y, por tanto, de risa— lo que obviamente no lo es. Si, por ejemplo, una persona mayor se tropieza en la calle y se da una costalada de las de llamar a Urgencias no es para reírse, aunque algunos memos lo consideren divertido y no repriman la risa. Reírse de lo que no tiene ni pizca de gracia es, sin duda, una memez.

Pero de las inconvenientes risas de los memos no quería hablar, no merece la pena. Quería comentar algo sobre las risas aparentemente forzadas que, de un tiempo a esta parte, están presentes, con más frecuencia de lo deseable, en muchos programas de radio, especialmente en algunas tertulias sobre actualidad y política. Parece que a los contertulios (me gusta más que tertulianos) les ha dado por mostrar que las cosas que se dicen en sus tertulias son muy ingeniosas y divertidas, y lo hacen a base de risotadas. Pero se ríen de cosas que a mí me parecen que no son para tanto; es decir, que no tienen ninguna gracia. Incluso, a veces pasa que se ríen antes de que el autor de la supuesta gracia no haya acabado de decirla o que al completar su intervención se evidencia que lo dicho no tenía intención hilarante. O sea, les pasa como les ocurre a algunos asistentes a los espectáculos de cómicos que se ríen antes de que el chistoso acabe el chiste en cuyo final, precisamente, estaba la gracia.

Se evidencia, por tanto, que hay una clara intención de salpicar el contenido de algunas tertulias radiofónicas con risitas o risotadas de los participantes, que a menudo suenan en coordinada coralidad; o sea, como esos cuatro amigos cuarentones que a las dos de la mañana, mientras se toman la penúltima, uno de ellos cuenta un buen chiste de tías.

Y así, desde hace uno o dos años, en algunas tertulias radiofónicas con ínfulas de modernas e ilustradas, los opinólogos que en ellas participan se esfuerzan en que también parezcan distendidas y divertidas, a base de intercalar ridículas y forzadas carcajadas entre las invectivas, diatribas y falsedades que acostumbran soltar por sus pretendidamente eruditas boquitas. Es como si el veneno que exhalan impregnara el aire que luego respiran y, al percatarse de que no les afecta, les produjera un estado de felicidad que les proporciona esa tendencia a hacer risitas. Pero lo peor es el caso de los contertulios que hacen sus risitas tras deponer su opinión; o sea, los que se hacen mucha gracia a sí mismos. Entre estos se lleva la palma el personaje que dirige la tertulia matutina de La Inter (o como se denomine esa emisora, que no lo tengo claro): además de verter opiniones infumables, las remata con unas extrañas carcajadas que se asemejan a los sonidos guturales que produce una urgente vomitona.

Por eso, ante esta novedad tertuliana (ahora sí), no me queda otra que preguntarme cuál será la razón de esta ridícula moda, porque antes no pasaba, al menos con la frecuencia de ahora. Tratando de responderme, he concluido que podría ser que algún gurú de la comunicación —o, como se dice ahora, algún coach de comunicadores—hubiera transmitido a los conductores de estos programas de radio que, como de lo que se habla en las tertulias casi siempre tiene connotaciones negativas, hay que intercalar mensajes que distiendan o relajen para no agobiar al oyente. “...Y para eso nada mejor que la sonora risa”, les habrá dicho el gurú. Si es esa la razón, yo les recomendaría otra opción: intercalar chistes de Eugenio o de Chiquito de la Calzada; distienden y relajan más, y, sobre todo, suenan más naturales.

Una razón más simple podría ser el deseo de los contertulios de que la audiencia perciba su fino sentido del humor y, sobre todo, que los oyentes se den cuenta de que son unos tipos simpáticos y divertidos. Si fuera así resultaría enternecedor... ¡Qué majos...!

Sea por lo que sea, es claro que las risas evidentemente forzadas que se escuchan en los programas de radio a que me refiero, además de no hacerme ni puta gracia, ni me relajan ni me distienden; me parecen ridículas. No obstante, me vienen bien porque me sirven para darme cuenta de que debo accionar la ruedita que mueve la aguja del dial de mi caduco transistor analógico.

7 oct 2015

¡COÑO!


La del título es una de las interjecciones más utilizadas en España. No me gusta; prefiero otras, que, aunque suenen más fuerte o puedan considerarse más groseras, me parecen mejor. Así que vaya por delante que, salvo que se me escape, no forma parte de mi vocabulario. Por aclarar mi gusto en materia de interjecciones, lo primero que debo decir es que ¡coño! me resulta una interjección, además de ambigua, meliflua. Me explico.
Lo de ambigua lo digo porque su utilización requiere ser acompañada del gesto y tono para que tenga una significación inequívoca. Realmente, eso pasa con casi todas las interjecciones, pero con esta creo que más. Porque ¡coño! se puede utilizar para muchas cosas: desde el simple saludo (antes del vocativo, como en “¡Coño!, Pepe, ¿qué haces por aquí?”) hasta para reafirmar una orden (“¡Se sienten, coño!”, que dijo Tejero en el Congreso), pasando por su utilización para mostrar sorpresa, alegría, tristeza, interés, dolor repentino, admiración y muchas otras cosas.
¡Coño! es la interjección malsonante preferida por los que se consideran bienhablados, o sea, por la gente que se considera bien educada y que evita las palabrotas (seguramente así se consideraría Tejero), para ser utilizada coloquialmente para demostrar firmeza o determinación. Además, como es un “taquillo” (no llega a taco), saben que, dicho con energía, en sus ambientes habituales no solo no se lo reprobarán, sino que es casi seguro que se lo agradecerán e, incluso, se lo premiarán. Imaginemos a María Dolores de Cospedal en un mitin de la campaña electoral acabando su vibrante discurso con un “…y estas elecciones las vamos a ganar, ¡coño!” La ovación de sus fieles resultaría atronadora y nadie le recriminaría el taquillo.
Por eso, lo que menos me gusta de ¡coño! es que muchas de las personas que lo utilizan hacen, con su utilización, un melifluo ejercicio expresivo, en el que, por un lado, quieren demostrar que, en un alarde de campechanía, son capaces de utilizar expresiones “del pueblo”, pero no se atreven a utilizar las que, aunque suenen peor, resultan muy expresivas y contundentes. O sea, quieren demostrar que son capaces de decir palabrotitas para que, en ciertos ambientes, no se les tome por remilgadas o mojigatas, pero, a la vez, mucho se cuidan para no ser tomadas por maleducadas o groseras. O sea, un sí es, no es.
Y no quiero decir que convenga mostrarse maleducado o grosero, no. Sé que eso nunca está bien, aunque debo reconocer que, con más frecuencia de la deseable, mi vocabulario no se ajusta a las buenas prácticas recomendables; o sea, que soy bastante malhablado. Yo me disculpo achacando tal defecto a las secuelas de haber crecido en un barrio en que los tacos y palabrotas eran moneda corriente a la vez que el lenguaje florido brillaba por su ausencia. Así he salido.
Y volviendo al melifluo ¡coño!, opino que si alguien quiere expresarse con corrección, porque así lo considera conveniente en atención a quienes le escuchan, que no emplee esa interjección, que no deja de ser una ordinariez. Pero entre los cercanos, cuando se sienta libre y sin condicionamientos en su expresividad, que haga uso de otras interjecciones disponibles en lo que llamamos habla coloquial. Un ¡cojones!, ¡hostias!, ¡cagüenlaputa!, o el más primitivo ¡mierda! siempre resultan más contundentes y, si se dicen con naturalidad, deberían ser tolerables.
Seguro que resultaría más movilizador en su campaña electoral escuchar a la antes citada secretaria general del PP motivando a sus huestes con algo parecido a "…y, ¡mecagüenlaputa!, estas elecciones las vamos a ganar ¡por cojones!, ¡hostias!". Si lo dice así, igual la voto.

13 sept 2015

MAS vs PASTOR


Nunca había hecho esto, o sea, lo que voy a hacer: escribir sobre la rabiosa actualidad; es decir, de lo que acaba de pasar. Voy a comentar lo que me ha parecido la entrevista que, hace unos minutos, en La sexta le ha hecho Ana Pastor al president Artur Mas. Obviamente la entrevista tenía relación con las próximas elecciones en Catalunya, que pueden determinar el rumbo del proceso secesionista iniciado en esta comunidad autónoma.


La señora Pastor me ha puesto de mala hostia. Supongo que algo muy parecido les habrá pasado a muchos miles, decenas de miles, centenares de miles... incluso a millones de catalanes de los que hayan visto el programa (que, supongo, habrá tenido gran audiencia en Catalunya). Y supongo que muchos, muchísimos, de los telespectadores catalanes, mientras presenciaban la entrevista, habrán soltado en más de una ocasión algo parecido a ¡qué hijaputa! dirigido a la Pastor. A mí me ha pasado igual.
Porque a mí me parece que, en un asunto tan delicado como el del objeto de la entrevista, no se debe adoptar por la entrevistadora una actitud inquisitorial y agresiva como ha sido el caso. Me ha parecido deplorable que la Pastor haya adoptado el papel del fiscal acusador que, utilizando rudimentarios recursos dialécticos (entre los que está el consabido “yo soy la que pregunta”), tratara de poner en aprietos al entrevistado, o de poner en evidencia las pretendidas contradicciones de las contestaciones del entrevistado con sus pretéritas declaraciones, o, en fin, resaltar la improcedencia de la actitud política del president. Es decir, ha dado la impresión de que Pastor ha hecho la entrevista con el propósito de tocarle los güevos a Mas.
Y no venía a cuento. Porque, al margen de la postura personal que la entrevistadora y cualquiera de los televidentes pueda tener ante el llamado proceso soberanista, no cabe duda de que es un asunto de la máxima importancia para todos; y, por eso, a todos nos interesaba lo que dijese el entrevistado como cabeza visible de tal proceso. Es decir, nos interesaba escuchar sus argumentos y razones, porque son los argumentos y razones que respaldan, aparentemente, una parte muy importante de la sociedad catalana. Pero no nos interesaba presenciar un combate dialéctico en el que el único propósito de uno de los contendientes (la entrevistadora) fuera dejar KO o, al menos, vencer a los puntos al otro (el president).
Desde luego, si ese era el propósito de Ana Pastor, le ha salido el tiro por la culata, porque Artur Mas, a mi entender, ha salido más que airoso de la entrevista. El president, además de explicarse muy bien, se ha mostrado sólido en sus argumentos y decidido en sus propósitos, que, por otra parte, espero que no se hagan realidad, porque como ya he dicho alguna vez, no me gustaría que Catalunya se separase de España.
Lo malo es que con este tipo de entrevistas, al igual que con mucho de lo que sobre el asunto catalán se dice en buena parte de los medios de comunicación de Madrid, sobre todo en los que se hace mayor alarde de patriotismo español, lo único que se consigue es captar adeptos en Catalunya para el independentismo. Y como consigan que haya una amplia mayoría no habrá quien pare la secesión.
¡A ver si te enteras, Ana!

28 ago 2015

EL COMPONENTE HIPOCRESÍSTICO



Listo: Supongo, Julio, que estarás al corriente de la movida migrante que, procedente de África o de algunos países del Oriente Próximo, afecta a la UE. Es muy fuerte, ¿no?
Julio: Pues sí, listillo, está muy de actualidad en los medios de comunicación. Por lo que parece, es un asunto muy grave, gravísimo. No solo por la cantidad de gente que está muriendo, que ya de por sí resulta dramático, sino por la terrible situación en que deben de estar en sus países de procedencia todas las personas que, casi con lo puesto, deciden abandonar sus casas y emprender un viaje que, con final incierto y sin ninguna garantía, lo más probable es que esté lleno de penalidades y sufrimientos. Y todo ello, en muchos casos, como hemos visto en la tele, con bebés, niños y viejos. ¡Espeluznante!   
L: Vale, Julio, esto ya lo dicen los reporteros que informan de estas noticias, o lo comentan los «opinólogos» de las tertulias de la radio o de la tele. No has sido nada original. Esperaba algo más de ti...
J: Es que sobre estas situaciones no es fácil decir nada nuevo y tampoco conviene frivolizar; son muy muy serias. Así que no esperes de mí ningún chascarrillo. No obstante, para no defraudarte, te voy a decir algo por si te aporta un enfoque nuevo. Me refiero al componente hipocresístico que se da en casi todos cuando se comenta o comentamos sobre este problema.
L: ¿Hipocresístico? ¡Vaya palabreja! Anda, anda, explícate.
J: Vale, tío, me la acabo de inventar. Lo que quiero decir es que cuando se habla o hablamos de este asunto, es muy corriente que se haga o lo hagamos con cierta hipocresía. Por eso, creo que, además del drama en sí, también nos debería preocupar cómo se analiza o lo analizamos.
L: ¿Y...?
J: La cuestión está en que, aparte de los propios migrantes, en este gravísimo problema hay otros dos sujetos colectivos: por un lado, los gobernantes de los países receptores de la migración y, por otro, los respectivos ciudadanos, o sea, los que se pueden ver «afectados» por los efectos de tal fenómeno social. Y sobre estos —o sea, sobre nosotros, los ciudadanos contempladores de la tragedia desde nuestra sala de estar y en zapatillas— quiero hablar.
L: ¿Quieres decir que los gobernantes, en este caso de los países de la UE, no tienen nada que ver en el problema?
J: No, no he dicho eso. Claro que tienen mucho que ver, pero, como he dicho que voy a hablar de la hipocresía con que se contempla o contemplamos el problema, el enfoque no les afecta. Porque a los gobernantes, en su papel de impedir o dificultar este tipo de inmigración, no les puedo reprochar nada; hacen lo que tienen que hacer, o, mejor dicho, lo que les toca hacer. Y eso, aunque no lo expresemos (ya voy a emplear sólo la primera persona) abiertamente, es lo que, en el fondo, queremos los ciudadanos. Y en esta contradicción entre lo que, por un lado, internamente nos gusta y, por otro, el disgusto que manifestamos cuando hablamos de estas cosas entra en juego nuestra hipocresía.
L: O sea, según lo que te he entendido, somos unos hipócritas porque manifestamos nuestra pena y compasión cuando vemos en la tele a los emigrantes hacinados en los barcuchos, en los trenes o en los improvisados campamentos que forman en las fronteras y, sobre todo, cuando nos enteramos de sus muertes en el intento. Venga, Julio, no te pases. ¿Nos deberíamos alegrar?
J: No, naturalmente que no nos deberíamos alegrar. Lo malo, es que lo hacemos, aunque en la mayor parte de las personas sea de modo inconsciente; en otras palabras, internamente sentimos cierto alivio cuando nos enteramos de que no los dejan pasar. Hablando de lo cercano, cuando vemos que en Ceuta ponen una enorme valla con peligrosos pinchos para que no accedan los que vienen de África, o  que los guardias los detienen en la frontera y les impiden el paso a la península, en nuestro fuero interno, casi todos, sentimos cierto alivio; aunque puede que no nos demos cuenta y, por supuesto, no lo manifestemos.
L: Hombre, ahora que lo dices... Puede que tengas algo de razón. Pero, en cierto modo, es normal. Lo que la mayoría queremos es que esos movimientos migratorios se hagan legalmente, no sé..., como pasaba con la emigración española hacia el centro de Europa de los años cincuenta o sesenta... O que nuestros gobiernos hicieran algo en los países de origen para que las personas no tuvieran que emigrar. Es normal pensar así, ¿no?
J: Pues sí, es normal. Pero es una postura hipócrita. Porque, por encima de la pena que expresamos, está el alivio interior que nos produce que los gobernantes actúen como actúan, o sea, que impidan la inmigración de la que hablamos.
L: ¿Y que sugieres que deberíamos hacer?
J: Pues lo que hacen algunas ONGs o asociaciones que, abiertamente y con encomiable afán, se ocupan de facilitar las cosas y ayudar a los inmigrantes, vengan como vengan, legales o ilegales. Las personas que en ellas militan no se preocupan por las consecuencias, de tipo social o económico, que pueda tener la entrada masiva de migrantes irregulares en el país. Ellos solo ven que son personas que necesitan ayuda y a eso se dedican. Y eso, en mi opinión, es lo importante y de todo punto loable.
L: ¡Anda!, ¿y por qué no te apuntas a alguna de esas asociaciones?, Julio.
J: Pues porque, como te pasa a ti y a la mayoría, en mí también está presente el componente hipocresístico del que te hablaba al principio.

17 jul 2015

LA HISTORIA Y CATALUNYA

Según he visto y oído en los medios de comunicación, los yihadistas del Estado Islámico (IS) quieren, con su “guerra santa”, dominar la mitad norte de África, Asia hasta la India, y en Europa los Balcanes, Austria, España y Portugal; y parece que lo quieren hacer en cinco años. ¡Cómo son! Obviamente, es una pretensión ridícula. Por tanto, no me voy a detener en ella. Sí en lo que puede haberles movido a incluir España en tales intenciones, para, así, enlazar con lo medular de lo que quiero hablar, que es de cómo algunos se sirven de la Historia para dar soporte a sus propósitos, demandas políticas e, incluso, ideología, cuando se trata de lo que podríamos llamar "cuestiones territoriales". 
Volviendo a las intenciones conquistadoras del IS y refiriéndome exclusivamente a la inclusión de la península Ibérica (del resto no voy a hablar porque no conozco la historia de los otros territorios que señalan), supongo que los yihadistas pretenden de nuevo dominar España y Portugal basándose en que durante casi ocho siglos —desde que en el 711 los árabes derrotaron al rey godo Rodrigo en la batalla de Guadalete hasta que se culminó la reconquista a finales del siglo XV— los árabes o islamistas dominaron buena parte de la península. Todo lo dicho, según la Historia oficialmente contada, que, aunque suelo ser bastante escéptico con estas cosas, no voy a cuestionar, por lo que vamos a admitir que fue así, más o menos. 
Estamos, por tanto, ante una especie de reivindicación territorial —además de estrafalaria, imposible de materializar— que se apoya, exclusivamente, en cómo fueron las cosas hace tiempo o, mejor dicho, en un determinado periodo de tiempo (el que a los reivindicadores les interesa). Por supuesto, a los ideólogos del IS no les preocupa cómo eran las cosas en la península Ibérica antes del 711 y, por supuesto, les importa un pito lo que pensemos o queramos los que vivimos actualmente en los territorios que quieren conquistar o reconquistar, ellos pasan de nosotros, ¡qué majos! Y esta es la cuestión que me interesa y que planteo en las siguientes preguntas:
  1. ¿Vale servirse de la Historia para cambiar el presente, sin la conformidad de los ciudadanos afectados?
  2. ¿Son legítimas las reivindicaciones territoriales para rehacer situaciones del pasado, sin tener el consentimiento de los ciudadanos del presente?
  3. Y volteando la cuestión, ¿se pueden cambiar las situaciones territoriales del presente si los ciudadanos afectados lo quieren? Esta pregunta encierra otra cuestión: ¿cómo se determina el colectivo de los “ciudadanos del presente”?
A mi entender, las preguntas 1 y 2 solo admiten una respuesta: un rotundo NO. Para responder la tercera, la cosa se puede poner más difícil, sobre todo si pensamos en el actual proceso soberanista de Catalunya, que es a donde quiero llegar. Yo la voy a responder.
Creo que a la primera pregunta de la cuestión número 3 se debe contestar afirmativamente. Es decir, creo que los ciudadanos de un determinado territorio, si forman un colectivo con evidentes elementos identitarios singulares, tienen derecho a constituirse en unidad política soberana e independiente, siempre que, como es lógico, haya una mayoría de ciudadanos que lo quiera. Esto de la mayoría nos abre otra cuestión: ¿qué mayoría o porcentaje se necesita? Yo creo que no vale o no es suficiente la mayoría de los que voten. Creo que, para algo de tanta trascendencia, se debe requerir la mayoría de los ciudadanos censados, es decir, al menos la mitad más uno de los ciudadanos con derecho a voto. Para apoyar esto, se podrían dar muchos argumentos, si bien, el más simple y a la vez contundente es el que acabo de decir, o sea, que segregar un territorio del Estado al que pertenece es algo tan importante que no lo puede decidir una "minoría" de sus ciudadanos; se necesita una clara “mayoría”.
   
La segunda pregunta de la cuestión número 3 hace referencia a qué ciudadanos tendrán derecho a manifestarse sobre la primera pregunta de la misma cuestión. Mi respuesta es que la decisión se debe tomar, exclusivamente, entre los miembros del colectivo que plantea su segregación. En el caso de Catalunya, por los ciudadanos de esa comunidad autónoma. Y aquí es donde topamos con el meollo de la situación actual del proceso soberanista catalán.
  
Porque el gobierno de España y los que se oponen a la consulta anunciada por la Generalitat dicen, básicamente, que, en caso de que se hiciera, deberían participar todos los ciudadanos del Estado, por lo que si solo se diera la oportunidad de votar a los catalanes la consulta sería ilegal y, por tanto, no se podría llevar a efecto. A mí me parece que tal actitud del gobierno de España se asemeja, salvando las inmensísimas distancias, al comportamiento del IS del que hablaba al principio, porque lo que intenta es una probable imposición de sus deseos apoyándose en la “fuerza” de un mucho mayor número de votantes (los del resto de España) que, probablemente, podrían oponerse a la independencia de Catalunya. Y he hecho la comparación con lo del IS porque tal oposición sería también hecha por la «fuerza» (no bélica) y basada también en la Historia, puesto que el argumento básico de los votantes del resto de España para decir NO a la independencia de Catalunya no sería otro que el de que “siempre ha sido España”, aunque tal argumento carece de fundamento porque España, aunque como tal tiene sus años, no ha existido siempre, o sea, el territorio catalán (con sus habitantes) tuvo su existencia antes de que se crease el estado España. 

Por su parte, también los secesionistas catalanes se apoyan en la Historia para respaldar sus reivindicaciones; sin detenerme en ello (porque no hace falta), solo diré que en esto también se parecen, salvando las inmensísimas distancias, a los del IS. Porque, a su forma, emplean la “fuerza” de la propaganda, mediante —según se denuncia con frecuencia— la sutil y sesgada utilización de los medios de comunicación públicos (gestionados o dirigidos por partidarios de la independencia) que, indudablemente, influyen mucho en los ciudadanos y, por tanto, podrían influir en su voto ante un eventual referéndum. (Como no vivo en Catalunya, no tengo constancia de lo que he dicho, pero no me extrañaría que fuera como se denuncia). 

Resumiendo y dejando de lado lo referente a la utilización de la “fuerza” (que en el caso del IS es, por decirlo suave, un completo sinsentido), en las confrontaciones políticas relacionadas con las reivindicaciones territoriales —tanto en las que pretenden la anexión  como en las que quieren la segregación— los argumentos basados en la Historia ocupan un lugar muy importante. Seguro que hay casos en que eso sea razonable, sobre todo cuando se pretende revertir modificaciones territoriales relativamente recientes que fueran conseguidas por la fuerza de las armas. Pero, cuando la reversión pretende «retroceder» a la situación territorial existente varios siglos atrás, a mí me parece que los argumentos basados, exclusivamente, en la Historia son inconsistentes. Y esto, en mi opinión, vale para Catalunya y, por supuesto, para la locura del IS.
Por eso, como ya he dicho, creo que para modificar fronteras territoriales lo único que vale es la voluntad de los ciudadanos que, en el presente, ocupan el territorio en litigio, que debe expresarse en referéndum y con todas las garantías democráticas. O sea, en el caso de Catalunya, mediante consulta exclusivamente a los catalanes, que deberían manifestarse según sus propios intereses y deseos, sin presiones de “fuerza” que puedan influir en su voluntad, y en un escenario en que solo se muestre el presente y, en todo caso, el futuro; o sea, sin mirar al empañado retrovisor de la lejana Historia. Y, muy importante, para que la decisión sea vinculante tiene que estar apoyada en, al menos, la mitad más uno de los ciudadanos que estén en el censo del referéndum. 
Por tanto, en mi opinión sería conveniente modificar las leyes en España para que esto fuera factible legalmente; no debería ser muy difícil si, como algunos propugnan, se acomete una revisión de la Constitución. Lo realmente difícil va a ser impedir que los catalanes se larguen a la brava como parece que quieren hacer, aunque Rajoy diga que eso es imposible.



17 jun 2015

LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder - 9

Esta  es la novena (y última) entrega de mi narración del año 2001 «LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder», en la que traté de novelar cómo  imaginé entonces los comportamientos de los principales involucrados en la tan cacareada "sucesión" de José María Aznar, de lo que tanto se habló en el tiempo en que escribí este relato.

El trabajo lo estoy publicando en este blog por capítulos, por lo que recomiendo al  que se haya encontrado con esto que lea antes las entregas anteriores empezando, lógicamente, por la primera, en cuyo preámbulo explico la razón de publicar ahora el trabajo. Esta entrega contiene los dos últimos capítulos, el XIII y el XIV.


Capítulo XIII. EL CONGRESO


Rato se encontraba sentado ante un extraño cuadro de mandos: a su derecha y a su izquierda, al alcance de sus manos, sendas hileras de cuatro palancas metálicas con los asideros de madera; frente a él y también a su alcance, un pupitre negro con una fila de ocho botones rojos; detrás del pupitre, el suelo se veía como un inmenso y muy iluminado mosaico de cuadros blancos y negros en los que se apreciaban buen número de figuras metálicas que se asemejaban a piezas de ajedrez de gran tamaño; había muchas de color blanco y apenas media docena de negras. Al fondo, detrás del mosaico y alzada perpendicular a éste, veía con claridad y con desazón una gran pantalla en la que se le mostraba la imagen sonriente de Aznar. A la izquierda, tras un espeso velo, se adivinaba la figura de un hombre que, sentado frente a otro pupitre, hacía anotaciones sobre algo parecido a unos folios. Aunque la visión era borrosa creyó identificar a PJ. A la derecha, a partir de la línea lateral de ese lado del mosaico, el suelo perdía su nivel y la luz no llegaba; se intuía un abismo al que rítmicamente se iban precipitando, una tras otra, las piezas negras.

Hacía calor, mucho calor. Un mareante e intenso zumbido envolvía a otros ruidos aún más desagradables: unas veces, chirridos estridentes, coincidiendo con los movimientos de las piezas sobre el mosaico; otras, golpes secos, que le producían una desagradable sensación porque acompasaban la visión de la caída de las piezas negras al abismo de la derecha. Sentía una gran angustia, que crecía cada vez que oía las intermitentes carcajadas que provenían de la pantalla del fondo.

Era una surrealista partida de ajedrez. Rato jugaba con negras. Con las palancas laterales se accionaba el movimiento de las piezas nobles, con los botones el de los peones. Desesperado, casi enloquecido, Rato, febrilmente, accionaba las palancas y presionaba los botones.  Criiis, clock, ¡Me ha comido el caballo!  Palanca, botón, palanca, palanca, botón. Criiis, clock ¡He perdido el último peón!. ¡Jaque! Oyó en medio del estrépito. Palanca, palanca. ¡Jaque! Oyó de nuevo. ¡Maldición, estoy perdido! Palanca, palanca. ¡Jaque! Otra vez ¡Maldición! Maldic... No pudo acabar; sintió que algo le zarandeaba. "Rodrigo, Rodrigo, despierta, ¿qué te pasa?"

Envuelto en sudor, Rato abrió los ojos y vio inclinado sobre él el preocupado rostro de su esposa que le miraba intensamente. Parpadeó. Tardó unos segundos en comprender la situación. Sintió sed. Sin decir nada se levantó y fue a la cocina, tomó una coca cola del frigorífico y, tras descorcharla, se la bebió a morro.

Llevaba tres días con pesadillas. Todas diferentes pero con algo en común: siempre veía la imagen de Aznar y oía sus ridículas carcajadas. El subconsciente le estaba mostrando la realidad que sus mecanismos intelectuales de análisis y reflexión se habían empeñado en ocultar. Estaba perdiendo la partida; sí, realmente la tenía ya perdida. Efectivamente, Aznar había contraatacado hábil y contundentemente. Los apoyos en los que Rato había confiado se habían esfumado. Rajoy se había desmarcado. ¡Cobarde! Exclamó para sí Rato cuando le oyó decir por teléfono "Creo que debemos abortar el plan, antes de que sea peor", tras disculparse por no poder aceptar la invitación de almorzar juntos. "Andamos locos con lo de la seguridad del congreso, no dispongo ni de un minuto", fue la excusa que le dio. Mayor Oreja fue más sincero: "Lo siento, Rodrigo; he recapacitado. No debí comprometerme contigo". Pedrojota le evitaba; no había respondido a ninguna de sus llamadas para pedirle explicaciones sobre los dos últimos editoriales publicados en El Mundo, opuestos totalmente al del lunes. El resto de notables del partido con los que había hablado y que hacía un par de semanas le habían dado esperanzas de adhesión a su candidatura ahora se mostraban reacios a cualquier compromiso que no estuviese en sintonía con las intenciones del presidente. "Lo mejor es dejar que las cosas rueden solas", más o menos es lo que le habían dicho todos. Curiosamente, el que se mostraba más afecto a su causa era Arenas. "Ojalá el jefe se decante definitivamente por ti, vicepresidente", le había dicho cada vez que Rato le había llamado para preguntarle si había novedades.

Otra vez solo. De nuevo sentía la desagradable sensación de estar solo en la batalla. Rato se preguntaba si, estando las cosas como estaban y con su moral por los suelos, sería conveniente su asistencia al congreso del PP. Allí estaré mañana, dando la cara, y así veré como la esconden otros, se contestó por fin, después de meditar largamente sobre ello. Genio y figura hasta la sepultura, apostilló con la determinación de un valiente y aguerrido boxeador que, sintiendo la abrumadora superioridad de su adversario y seguro de su derrota a los puntos, se dispone a disputar el asalto final con la única esperanza de no ser derrotado por KO.

En la tarde del viernes 25 de enero de 2002, fecha del comienzo del congreso del PP, en los momentos preliminares a la sesión de apertura, los asistentes (miembros del partido, invitados y periodistas), lucubraban intensamente. Unos, sobre si el presidente hablaría de su sucesión y, otros, sobre quién sería el elegido. La mayoría estaba en el convencimiento de que el asunto no sería obviado por Aznar. "Algo tiene que decir", era la frase más repetida en los corrillos. Sobre el sucesor, a juzgar por lo que se oía, Rajoy era el mejor colocado. Rato aparecía en pocos pronósticos. Había trascendido que sus movimientos para forzar su candidatura habían sido bloqueados por Aznar, así que pocos se atrevían a decantarse por él, no sólo por la improbabilidad derivada de la oposición del jefe, sino, sobre todo, porque podía ser considerado como atentatorio contra la disciplina interna. Algún presidente autonómico figuraba en algunas quinielas.

Lo cierto es que nadie, absolutamente nadie, conocía las intenciones de Aznar. Ni Ana, que la noche anterior le había preguntado. "No te puedo responder a eso, lo tengo que consultar con la almohada esta noche", le contestó su marido, acompañando las palabras con su habitual sonrisa picarona, que interrumpió bruscamente al ver el mohín de desagrado que no reprimió Ana.

En el discurso de apertura, el secretario general, Arenas, no mencionó la sucesión.

El día siguiente, Aznar, en su discurso, hizo alguna alusión al asunto: "...estad tranquilos; como siempre, haremos lo que sea mejor para el partido y, sobre todo, para España", "...no prestéis oídos a quienes, desde fuera, traten de perturbar nuestra cohesión, con la única intención de confundirnos y debilitarnos", "...este partido nació con vocación de permanencia; ahora estamos nosotros, luego estaréis vosotros...", mirando al secretario de las juventudes del PP, "...y después vendrán otros, y otros, pero en todos, en nosotros y en los que vengan, siempre estará presente el espíritu de servicio a España y de sacrificio por nuestros ideales", "...tenemos una excelente, inmejorable diría yo, cantera que nos reemplazará y nos superará".

También hizo alguna velada insinuación a las recientes intrigas: "...no olvidéis que nuestro principal valor es la unidad; por tanto, el que no se sienta cómodo ¡que se vaya!". Esta frase arrancó una calurosa ovación. "¡Que se vaya!", repitió con énfasis mitinero al remitir los aplausos. Rato también aplaudió. Mantuvo el tipo. Incluso se permitió dar una ligera palmadita en la espalda a Aznar cuando éste, tras su discurso, pasó junto a él de vuelta a su sitio en el estrado colocado sobre el escenario de la sala en que se celebraron las sesiones plenarias.

Hubo una intervención de Fraga. Este sí, sin ambages, se refirió a la sucesión, entrando a saco en el asunto: "...y del mismo modo creo, como la inmensa mayoría del partido, por no decir la totalidad, que la persona idónea para continuar la importante tarea de gobierno realizada en estas dos últimas legislaturas es quien con tanto acierto ha manejado durante este tiempo el timón: ¡nuestro presidente!”. La ovación fue atronadora. La totalidad de los que estaban en la sala, con la excepción de algunos invitados, se puso en pie prorrumpiendo en un vehemente aplauso. Especialmente en las primeras filas, se veían los brazos en alto de los congresistas que golpeaban con espasmódica pasión sus palmas. Los miembros de la ejecutiva, en el estrado, en pie como el resto, también aplaudían con calor, con la excepción de Rato, que lo hacía con los brazos encogidos. Desde un lateral de la sala surgieron gritos acompasados aclamando ¡Presidente! ¡Presidente! La aclamación se generalizó. ¡Presidente! ¡Presidente! La ovación y la aclamación se mantuvo con plena intensidad durante más de tres minutos. Durante ese tiempo, en el que las miradas se repartían y alternaban entre Aznar y Rato, el presidente permaneció sentado. Al principio inmóvil, mirando al auditorio con gesto complacido, al minuto comenzó a hacer gestos con las manos en actitud humilde solicitando el final de la aclamación y demostración de fidelidad. Cuando, por fin, comenzó a remitir, y surperponiéndose a los aplausos y voces de los más entusiastas que continuaban en su ruidosa actitud, Fraga reanudó su discurso; vuelto hacia Aznar continuó: "Ya ves, José María, te necesitamos, ¡España te necesita!". Una nueva ovación de todos puestos en pie; como en la anterior ocasión, de nuevo desde un lateral de la sala, surgieron los gritos ¡Presidente! ¡Presidente!, que, inmediatamente, se generalizaron. La nueva aclamación duró más de dos minutos, justo hasta que Aznar, poniéndose en pie, solicito el micrófono: "Gracias, muchas gracias, compañeros. Ahora sólo quiero deciros una cosa: tened la certeza de que vuestro presidente sabe y sabrá estar a la altura de las circunstancias. Muchas gracias a todos". De nuevo los aplausos y los gritos ¡Presidente! ¡Presidente!

No hubo más referencias a la sucesión.


Capítulo XIV. LA DECISIÓN 

Desde su cumpleaños del 99, la decisión sobre su sucesión siempre estuvo presente en las reflexiones más íntimas de JMA. Sin llegar a atormentarle, fue motivo de intranquilidad e, incluso, de zozobra. Era una decisión vital y no quería equivocarse. La decisión afectaba a la nación, al partido y, sobre todo y por los motivos ya explicados, a él. Al frente del gobierno tuvo que tomar innumerables decisiones; nunca le tembló el pulso, incluso ante las más difíciles y comprometidas. Pero sobre su sucesión nunca se sintió con la clarividencia y seguridad que ante los actos de gobierno.

Los únicos dos candidatos que había considerado en firme, Rato y Mayor Oreja, tuvo que descartarlos por motivaciones exógenas a la objetividad que requeriría el caso. El primero, por la incompatibilidad con sus propios intereses para el futuro, el segundo por la circunstancialidad de su derrota en Euskadi. Aparte de estos dos, había considerado otros nombres de notables del partido, entre ellos Rajoy y Arenas, pero siempre, tras profundas reflexiones, hubo de decidir el descarte por razones, en estos casos sí, de aséptica objetividad. “No da la talla”, era la conclusión a la que llegaba cada vez que analizaba las posibilidades de los diferentes aspirantes. Sin pretenderlo, internamente se fue afianzando su convicción de que no era fácil sustituirle. Josemari, te va a pasar como a Hugo Sánchez: no hay repuesto de tu nivel, se decía tras cada descarte. 

Por eso, a mediados del 2001, estuvo sopesando la posibilidad de nombrar a Ana como su sucesora. Consideraba a su mujer una persona muy inteligente, con carácter y con capacidad suficiente como para gobernar la nación. En el partido tenía muchas simpatías y, en su papel de consorte, ya había adquirido cierta experiencia en la tarea de gobierno. Él siempre estaría junto a ella y podría aconsejarla y ayudarla desde un segundo plano. De esta forma su capacidad de influencia se mantendría casi intacta, lo que, en otras palabras, le posibilitaría continuar detentando el poder. Además, con Ana seguro que no tendría problemas para un retorno triunfal ¡Sólo faltaría eso! Se decía pensando en la posibilidad de que Ana se le rebelara ante sus intenciones de volver al poder. Por otro lado, siempre la había visto muy interesada en la acción de gobierno. Si se lo propongo seguro que se pone como loca de contento, se decía Aznar.

Afortunadamente, tuvo la prudencia de no decirle nada hasta conocer antes la opinión de Fraga al respecto. Aznar consideraba al viejo político como la única persona con capacidad, talento y experiencia para aconsejarle. Además, tenía el convencimiento de que Fraga le profesaba un sincero aprecio en lo personal y le consideraba y respetaba como político. Por todo esto, Aznar confiaba plenamente en Fraga y escuchaba con mucha atención sus consejos, opiniones y recomendaciones, que casi siempre tenía en cuenta. Cuando, en un encuentro tras el verano de 2001, Aznar le insinuó que estaba considerando la posibilidad de nombrar a Ana sucesora, Fraga dio un respingo, endureció el semblante y atronó «Ni se te ocurra, José María.». «No, No, don Manuel, si sólo era una remota posibilidad», Aznar reculó inmediatamente. No se habló más del asunto y Aznar desechó definitivamente la posibilidad.

El ataque terrorista contra EE.UU. del 11 de septiembre de 2001 fue el hito que posiblemente determinó la ulterior y definitiva decisión. Aquel gravísimo acontecimiento, que colocó al mundo al borde de un conflicto bélico de impredecible magnitud y consecuencias, obligó a todos los gobiernos del planeta a la toma de decisiones vitales. Aznar, con energía y decisión, afrontó la situación y supo estar a la altura de las circunstancias, dando muestras de gran madurez y templanza, al menos así lo entendió él.

Era, aproximadamente, la una de la noche del 13 al 14 de septiembre de 2001, cuando Aznar, tras una intensa y frenética jornada, despidió a sus colaboradores y dio por concluida su actividad de ese día. Mientras se despojaba de la chaqueta pidió un bocadillo de jamón y una cerveza y se sentó frente al televisor. Hasta ese momento, no había dispuesto casi de tiempo para ver las imágenes del ataque y de sus efectos. Hizo zapping y comprobó que en casi todas las cadenas se ocupaban de la tragedia de dos días antes. Se detuvo en Antena 3. Eran imágenes en diferido tomadas pocas horas después del ataque, desde, posiblemente, algún helicóptero sobrevolando el mar. Mostraban una amplia panorámica de Manhattan envuelto en una inmensa y densa nube gris. El limpio azul del mar en calma, en primer término, contrastaba con el negruzco y tétrico fondo de dolor y muerte, representado por una apocalíptica visión de la Gran Manzana en la que no era fácil distinguir los perfiles de sus inmensos edificios debido a la espesura de la nube de humo y polvo. No parecía real. 

Sin embargo, aquellas imágenes desoladoras eran las que mejor mostraban la verdadera magnitud del ataque sufrido y, además, transmitían una inquietante sensación porque obligaban a pensar en lo que estaba por venir. Aquel crimen, por fuerza, habría de tener consecuencias históricas a las que él tendría que enfrentarse. ¿Podría ser el comienzo de la tercera guerra mundial? Se preguntó Aznar, en plena consciencia de la gravedad de la situación. Percibió un leve escalofrío. Se encontraba ante una contingencia de trascendencia infinitamente mayor que cualesquiera otras situaciones vividas en su misión de gobernante. Pero estaba seguro de que sabría dar la talla.

Por aquella época, la decisión sobre su sucesión ocupaba un lugar preferente en las meditaciones de Aznar, que, además de ser uno de los motivos de su agitación interior ya comentada en capítulos anteriores, había degenerado en un patológico ejercicio comparativo del que no podía sustraerse cada vez que tenía que enfrentarse con asuntos de gobiernos delicados o complejos. Al tomar las decisiones para cada caso y pensando en los candidatos posibles, se solía hacer preguntas del estilo de ¿Y Fulano que hubiera hecho? o ¿Ya se hubiera atrevido Mengano?, a las que siempre se contestaba con agrias expresiones del tipo "Seguro que metía la pata" o "Ni de coña". Por eso también, en su meditación frente al televisor, proyectó la sobrevenida crisis internacional sobre la causa principal de su inquietud doméstica: su sucesión. ¿Quién, que no fuera él, podría enfrentarse con situación semejante?, se preguntó. El mundo ha entrado en un periodo de convulsiones inéditas, continuó la reflexión, ¿resultaría lógica y prudente una retirada en pleno fragor de la batalla? La acción de gobierno se va a convertir en una patata caliente, ¿sería honesto lanzársela a otro? No, seguro que no, se contestó a las dos preguntas. La Historia y, mucho menos, la patria no me lo perdonarían.

Aquella súbita revelación  mientras de nuevo contemplaba el derrumbe de las torres gemelas supuso un replanteamiento total de sus intenciones respecto a la sucesión. Se le acababa de presentar un trascendente dilema: debía contraponer el negativo efecto estético del incumplimiento de su promesa a las también negativas consecuencias éticas de una improcedente retirada del poder.  Se encontraba, por tanto, afectado por el objeto de una secular disquisición filosófica: la estética frente a la ética. Le tenía que pasar a él, pensó conmiserativo consigo mismo.

Durante los meses siguientes, el dilema ocupó todo el tiempo de sus meditaciones matutinas. No lo tenía fácil. Las dos opciones eran de gran trascendencia. Trató de encontrar una tercera vía pero no lo consiguió. Por primera vez se sentía incapaz de encontrar la solución apropiada a una situación problemática.  Decreció su autoestima y fue presa de una profunda desazón que tuvo maligna influencia en su comportamiento. Se sumió en un estado de ansiedad que se incrementaba a medida que se acercaban las fechas en que se celebraría el congreso del PP (enero 2002). Desde hacía tiempo se había propuesto que el congreso fuera el escenario en que despejaría la incógnita ante el partido y ante la opinión pública.

Así llegó a las vísperas del congreso. Aunque, por una cuestión de orgullo, se estaba resistiendo, pensó que no tenía más remedio que consultar a su particular Oráculo. Hablaré con don Manuel, masculló torciendo el gesto, concluyendo su meditación matinal en una fría mañana de enero de 2002.

El jueves 24 de enero de 2002, Aznar y Fraga desayunaban juntos. Habían preferido verse desayunando para quitar expectación al encuentro y facilitar la intimidad de la conversación. Aznar dio instrucciones a Víctor para que se retirara y cerrase la puerta del comedorcito, "y que no nos interrumpan" le dijo afablemente.

Se sentaron frente a frente. Aznar ofreció a Fraga el asiento que estaba de cara al ventanal. "Así podrás contemplar mejor el panorama", le dijo, aunque la intención de Aznar era la de reservarse la posición de contraluz en la que casi se ocultaba la expresión de su rostro. Al citarse, Aznar ya le había insinuado el objeto de la entrevista, así que, tras un breve preámbulo, Fraga fue directo al asunto:

José María, no te calientes la cabeza. Aquí no hay sucesión que valga. Este partido tiene un único líder, tú, y así deben continuar las cosas. Por tanto, mientras tengas correa, tú debes ser tu único sucesor.
Pero, don Manuel, en el 96 hice una promesa solemne, que, además, la he renovado varias veces. Si la incumplo se me van a tirar a degüello...
José María, déjate de tonterías. La única promesa solemne que tienes hecha es la de servir a España. Lo otro no deja de ser la proclamación de una buena intención... y las intenciones no son más que eso, intenciones. Los políticos estamos llenos de buenas intenciones que unas veces hacemos realidad y otras no, depende de las circunstancias... y no pasa nada. Mira, José María Fraga estaba lanzado—, sabes mejor que nadie que en política hay que saber diferenciar lo importante de lo trascendente y que esto último debe prevalecer sobre lo otro. En lo que nos ocupa, lo importante es la promesa y lo trascendente es tu continuidad. Así que obra en consecuencia y déjate de gaitas.
Hombre, don Manuel,...
Sí, José María, gaitas, ñoñerías... Pues no habré incumplido yo promesas... ja, ja, ja... y aquí me tienes.

Aznar daba buena cuenta de la tostada. Le resultaba gratificante el entusiástico apoyo de Fraga y no tenía en cuenta las libertades que se tomaba su interlocutor al hacer uso de su desparpajo irreverente. Al fin y al cabo fue su patrocinador y siempre le había proporcionado su incondicional apoyo. Le permitió continuar.

Esto lo vamos a solucionar por la vía rápida. Dile a Arenas que me dé la palabra en el congreso. Yo me ocuparé de que el partido te pida que continúes. Y no hay más que hablar, José María.

Efectivamente, a partir de aquellas palabras el objeto de la conversación tomó otros derroteros. Para Aznar, la decisión sobre su sucesión estaba ya clara. El dilema estaba solucionado.

Tras despedir a Fraga, Aznar volvió al comedorcito. Se sentó en la silla que había ocupado el visitante y meditó durante unos minutos. Estaba decidido. Incumpliría su promesa. Ya se las arreglaría para justificarlo. Pero no se precipitaría. En el congreso no diría nada. Esperaría a que se presentase la ocasión propicia. Había tiempo de sobra.

¡Y que digan lo que les dé la gana! –dijo en voz alta y con jovial determinación mientras se levantaba.


FIN

Julio Elejalde Gainza
Septiembre de 2001 


NOTA ULTERIOR DEL AUTOR: Como lo dice el título, todo este relato es pura ficción, aunque puede que la palabra más apropiada hubiera sido fantasía. Solo algunos de los eventos o acontecimientos que se citan, como es la tragedia del 11 de septiembre de 2001, son hechos reales. Evidentemente, los personajes también son reales, como lo son también los cargos que se les atribuye en el relato. Todo lo demás, absolutamente todo, especialmente las situaciones, conversaciones, pensamientos, inquietudes, reacciones, etc., atribuidos a los personajes, son fruto de la imaginación del autor; por tanto, aquí vendría al pelo la socorrida frase de "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia".

Es obvio que el final narrado, el que hace referencia a la designación del sucesor, no se corresponde con la decisión que, en la realidad, tomó JMA, que, como es de sobra sabido, propuso, para sorpresa de casi todos, a Mariano Rajoy para sucederle y, por tanto, para ser candidato del PP en las elecciones generales del 14 de marzo de 2004, que, tras los atentados de Madrid del 11-M, fueron ganadas por el PSOE y permitieron el acceso a la presidencia del gobierno de España a su secretario general José Luis Rodríguez Zapatero. La decisión de José María Aznar se conoció en agosto de 2003, casi dos años más tarde de haber escrito este relato.
J.E.-Junio 2015