12 feb 2017

La Historia y ETA

Recuerdo que, ya de niño, en la escuela, la Historia no estaba entre mis asignaturas preferidas, ni mucho menos; creo que ya empezaba a intuir que no había que creerse todo lo que nos decían o lo que estaba en los libros por el mero hecho de que nos lo decía el maestro o porque alguien lo había escrito. Por eso, me gustaban la Gramática, la Aritmética y la Geometría: enseñaban lo constatable. Luego, con el paso de los años, se ha desarrollado en mí un agudo escepticismo que, aunque haya quien lo considere casi patológico, a mí me parece muy saludable. Esto no quiere decir que no me crea nada de lo que me cuenten o lea sobre «lo que pasó», pero sí que lo someto a los filtros intelectuales del análisis; o sea, me lo creo si este, el análisis, me proporciona razonables visos de verosimilitud. Y es que a mí me parece que la narración de la Historia está contaminada por el subjetivismo — intereses, filias y fobias— del narrador o historiador, por lo que resulta arriesgado asumir que es cierto todo lo que nos cuentan. En apoyo de lo que he dicho creo que, sin recurrir a casos lejanos en el tiempo, solo es necesario ver cómo nos cuentan lo que sucedió en el día de ayer los diferentes medios de comunicación o de «información» —que, realmente, en la mayoría de los casos, son de «opinión» (o sea, como los influencers)—, que, en muchos casos (sobre todo si el objeto tiene que ver con la política, la religión o los sentimientos en general), nos dan versiones muy diferentes o sesgadas de lo acontecido. Puede que haya exagerado algo, pero creo que hay bastante de lo que digo. Por cierto, si el que lea esto tiene la tentación de decirme aquello de «los que desconocen la Historia corren el riesgo de repetirla», que sepa que la frase no me parece muy apropiada (no voy a detenerme a argumentarlo para no desviarme).

Tras este preámbulo, voy a lo que me interesa: la polémica sobre cómo se debe contar la historia de ETA. Simplificando, los dos agentes que, desde posicionamientos opuestos, protagonizan la polémica son, por un lado, los constitucionalistas y las víctimas, y, por otro, el abertzalismo. Por lo que he percibido, los primeros exigen, además de que ETA pida perdón, que en la Memoria Histórica se haga expreso reconocimiento de la sinrazón y del inútil daño causado por ETA, y, enfrente, el abertzalismo aspira a que en la Historia se expliquen las razones de carácter político y social que tuvo ETA para ser y estar. O sea, la confrontación no está en los hechos, porque los atentados de ETA no se cuestionan; las diferencias están en lo que se podría considerar el armamento político-ideológico que utilizó ETA en su nacimiento, desarrollo y final.

Me temo —mejor, estoy seguro— que poner de acuerdo a ambas partes va a ser imposible; es decir, no va a poder escribirse una sola Memoria Histórica de Euskal Herria de los últimos sesenta años, incluso diría que tampoco de todo el siglo XX —no hay que olvidar que el nacimiento de ETA tuvo que ver con el franquismo y que el de este lo tuvo con la situación político-social en España en el primer tercio del siglo XX—, por lo que los que propugnan por su narración consensuada u objetiva es mejor que abandonen su noble propósito. Es tarea imposible.

Por eso, lo de la Memoria Histórica en Euskal Herria  me parece una tarea que, hoy por hoy, resulta vana, inútil e, incluso, contraproducente. Creo que hay que esperar, al menos, un periodo de unos 50 años —o sea, hasta que, por un lado, los protagonistas hayan desaparecido por ley natural, y, por otro, hasta que la mayoría de heridas estén cicatrizadas y las ganas de revancha y los rencores hayan desaparecido (en su mayor parte)— para poder ser narrada con aceptables dosis de ecuanimidad y objetivismo, o sea, de verdad. Insisto, por tanto, en que los intentos de hacerlo ahora o en los próximos años estarán condenados al fracaso.  

Creo que algo de lo que digo ha pasado con la guerra civil española, Franco y el franquismo. Supongo que hay variadas narraciones, justificaciones, condenas, acusaciones y, a la postre, «verdades» sobre lo que pasó en España en los tres primeros cuartos del pasado siglo XX. Y, sigo suponiendo (nunca me ha preocupado como para ponerme a estudiarlo), que por cada «verdad» expresada por una parte (o bando) siempre surge otra que, desde la otra parte (o bando), la contradice. Aunque hay que admitir que cuando miramos al retrovisor todos tenemos, más o menos, una idea de lo que podría considerarse la «verdad aproximada» sobre los tiempos pasados, es incuestionable que, cuando en la Historia entran en juego las ideologías, los sentimientos, las pasiones y las emociones, es decir, los componentes de lo que se podría considerar lo menos consistente del armazón síquico de las personas, el análisis y enjuiciamiento objetivo de los comportamientos no es tarea fácil porque estará condicionado por la propia subjetividad del narrador.

Dejando de lado, por improbable, lo de la Memoria Histórica «oficial», no cabe duda de que sobre la historia de ETA todos los vascos tenemos opinión. Independientemente de la cercanía o lejanía a los hechos acaecidos durante los casi 60 años de su existencia, a todos los de mi generación nos ha interesado lo de ETA. Y ya que estoy con esto, diré, resumidamente, mi opinión, que es la de un ciudadano corriente sin influencias partidarias (creo).

Cuando, según dicen, nació ETA, año 1959, yo tenía ya 14 años y empezaba a tener consciencia de la situación político-social de mi entorno. Que en aquella situación (pleno 
franquismo) surgieran quienes se enfrentaron al férreo poder, me gustó (como, supongo, a la mayoría de vascos). Y, sin entrar a considerar las razones y objetivos de ETA y al margen de las tendencias o preferencias políticas que cada cual pudiéramos tener respecto al nacionalismo y al socialismo (que conformaban el soporte ideológico de ETA), durante los años sesenta y setenta la mayoría entendimos que su actividad era valiente y, sobre todo, legítima; y nos gustó que la mantuvieran mientras duró el régimen anterior. Otra cosa fue a partir de la Constitución (1978) y del Estatuto (1979), o sea, una vez que se inició el periodo democrático. Curiosa y, en mi opinión, lamentablemente, a partir de 1980 ETA intensificó sus ekintzak con salvajes y cruentos atentados, lo que, sigo opinando, la deslegitimó totalmente, aparte de causar un enorme daño: en sus enemigos, en sus propias filas y, lo más chocante, en el conjunto de la sociedad vasca.

Así que creo que la historia de ETA tiene luces y sombras. Más luces en sus primeros 20 años de vida y casi una penumbra total en el resto de su existencia.

Debo confesar que lo que me ha movido a escribir todo esto ha sido la lectura de un artículo de Josemari Lorenzo, compañero de trabajo en nuestros primeros años de actividad laboral, luego profesor de Historia en la Universidad de Deusto, autor de varios libros y articulista, al que tengo en gran estima a pesar de que, me temo, sobre estas cosas podamos discrepar a juzgar por lo que dice en su artículo (se puede leer aquí) . Por comentar de carrerilla algo de lo que dice (el artículo es extenso y denso) diré que, quejándose de la taimada narración que hace o pretende hacer el Poder (y sus allegados) de la Memoria Historia, él, desde una posición, entiendo, cercana al abertzalismo, reclama «...nuestra Memoria de la Verdad». Sin cuestionar la legitimidad de tal pretensión, le diría al autor que, en línea con lo que he dicho antes y aplicable a cualquier situación pasada, lo que he entrecomillado me parece un oxímoron, porque «nuestra memoria» y «verdad» me parecen términos contradictorios en una misma expresión. Ya me gustaría charlar con Josemari sobre estas cosas.



6 comentarios:

  1. Querido Julio:
    He leído con atención (y lo releeré para detenerme en algunos pasajes) tu artículo y me ha parecido estupendo, racional, mesurado y sensato (perdón por el abuso de adjetivaciones, pero creo que podría agregar todavía más). Con el océano de por medio, es natural que uno no tenga tanta información con que formar una opinión razonable de las cuestiones, pero, esa brumosa idea que tenía del tema, es aproximadamente idéntica a lo que nos cuentas. La historia siempre está escrita por alguien. Y ese alguien, humano al fin, tiene ideas, conceptos (o preconceptos) como todos tenemos. Lo que hay que separar son los hechos de su interpretación. Pongamos un ejemplo futbolero: Juegan River y Boca (o Barcelona y Real Madrid si prefieres) y gana River 3 a 0. Ese dato es objetivo y comprobable, como lo es el estadio donde se jugó, la formación de los equipos, la hora en que comenzó el partido y cuántos amonestados y expulsados hubo. Si ganó merecidamente, si el planteo defensivo del perdedor fue la causa de tal derrota, si hubo justicia en las expulsiones, etc, etc, ya es otro cantar. Y allí interviene la opinión del opinador. En el caso de la Historia, podemos hacer consideraciones semejantes; la batalla decisiva de San Martín o de Napoleón, podemos saber claramente qué día fue, cuántos hombres intervinieron, etc. Pero las causas que la motivaron (en todas la guerras, se suelen ocultar las verdaderas motivaciones para disfrazarlas al gusto de quienes leerán la historia).
    Pero volviendo a tus comentarios, no puedo dejar de compararlos con lo vivido en nuestro país. La primera historia escrita fue la que nos enseñaron en la escuela, con próceres impolutos y malvados absolutos. Luego vino una corriente de Revisionismo e hicieron exactamente lo mismo pero con sentido contrario; los malvados ascendieron a la categoría de próceres y viceversa. Todo ello es comprensible desde el preconcepto, desde querer que la realidad se acomode a nuestra opinión y deseo. A tal punto se llegó que, durante el gobierno de los Kirchner, se creó un instituto de nombre pomposo: Instituto Nacional par el Revisionismo Histórico. Ni siquiera intentaron disimular con el nombre.
    También las primeras acciones de grupos guerrilleros en nuestro país contaron con cierta simpatía entre un vasto sector de la ciudadanía, en vista de las dictaduras que nos asolaban. Pero continuaron luego de la efímera recuperación de la democracia, con lo que quedaron totalmente deslegitimados.
    Sería largo seguir, pero suscribo totalmente tus dichos respecto de que no se puede analizar desapasionadamente la historia reciente. O tal vez sí se pueda, pero es tarea de pocos.

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    1. Querido Carlos, te agradezco el comentario y, en especial, tus elogios. Creo que estamos de acuerdo en que cuando se cuenta «lo que pasó» la subjetividad del narrador siempre resulta determinante, en especial cuando el hecho narrado tiene relación con la política o las ideologías. Como me gustan los refranes, en esto que nos ocupa sirve aquel que dice «En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira». Un fuerte abrazo.

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  2. Bueno Julio...Después de algún viaje estoy por aquí otra vez. Lo de Memoria de la Verdad, es tan resbaladizo como Memoria Histórica, pero menos pretencioso. Es cierto que, como dice J. Brodsky "la verdad es que la verdad no existe". Y lo de "nuestra" aplicado a Verdad, es (como tu bien dices) una contradicción. Pero es una contradicción buscada, consciente, para enfrentar lo nuestro a lo de ellos. Y así denunciar que si hay una verdad, puede haber dos...Y por lo mismo, puede que ninguna.
    Pero aparte de ocurrencias y relativismos, en nuestro caso lo que se va a imponer "oficialmente" como Memoria histórica, no es la verdad objetiva precisamente. Es una Historia oficial. Una de esas que se enseña en las escuelas. No solo cuando éramos niños, sino ahora también. O sea, que corresponde a lo que interesa al poder en cada caso. Y por tanto, sospechosa. Una verdad académica, ilustrada y bendecida por las universidades del sistema y sus catedráticos (¿si supieras cuánta miseria moral, y cuánto pesebre, hay por dentro en una Universidad?) y financiada con impuestos de todos. En fin, nada nuevo. Cuando yo estudiaba historia en Deusto, a finales de los setenta, se hablaba y se escribía de ETA de manera mas suave, que ahora. Aunque parezca mentira, ahora hay una especie de revanchismo oficial, apoyado en los caladeros electorales de las asociaciones de víctimas, etc. La propia desaparición de ETA ha facilitado esta fase.
    Para resumir el asunto de ETA, y no solo de ETA porque aquí ha habido violencia desde todos los lados, yo diría que DOS NO SE PEGAN SI UNO NO EMPIEZA. Y, por tanto, que el problema de la violencia es el problema del origen de la violencia. Y después de mirar, leer y estudiar un montón de libros, sobre esta y otras violencias...De conocer y entrevistar, incluso a fundadores de ETA (Madariaga, Txillardegi, etc.) mi conclusión es (así lo he escrito numerosas veces) que la explicación y el origen de la violencia en Euskadi, hay que buscarla y analizarla desde las guerras carlistas y la pérdida de los Fueros. Añadiendo la nada despreciable carnicería que supuso la guerra del 36 y los largos años de venganza anti-vasca posteriores. En fin que hay quien dice que las guerras, del s. XIX y XX, y la postguerra franquista, han provocado no menos de 200.000 muertos vascos a manos de españoles, alemanes, italianos etc. Suma los exilios, destierros, cárceles etc. Y de esto si que hay una memoria histórica profunda. Que, a lo sumo, se cita de pasada en los libros. Pero que no es oficial, ni dominante, porque cambiaría mucho las cosas. Y nunca se habla de ello, porque ha pasado mucho tiempo. Y ahora, lo que está sobre la mesa es ETA y poco mas. Por que es el único clavo donde se puede seguir golpeando, mas o menos impúnemente.

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  3. No me he dado cuenta y no he puesto el nombre. En realidad el autor del comentario anterior no es unknowm, o sea anónimo. Es el aludido Josemari. Un abrazo

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    1. Ante lo que dices, Josemari, poco puedo decir; solo que entiendo que tendrás tus razones. Como escribí, no me gusta bucear en la Historia que otros cuentan; además, tengo una irrefrenable tendencia a no creérmela. Por eso, cuando miro hacia atrás solo doy crédito a lo que, en sentido amplio, se podría considerar mi experiencia personal; o sea, a lo que he conocido de forma, más o menos, directa. Con esto no quiero decir que sólo me creo lo que he visto, sino que también doy validez a lo que me cuentan siempre que mis exigentes filtros de análisis me lo etiqueten como «creíble». A lo demás, sobre todo si en lo que se focaliza el análisis retrospectivo presenta un cuadro de agravios, heridas, rencores, sufrimiento, venganzas, etc., y todo contaminado por la ideología, a lo demás, decía, lo pongo en cuarentena.
      Por otro lado, llevo más de media vida fuera de Euskadi (aunque, como he estado relativamente cerca, he procurado estar siempre atento a lo que se ha cocido por allí), lo que, en cierto modo, me inhabilita para el análisis fino de la historia de ETA (que es lo que nos ocupa) y del comportamiento de la sociedad vasca (que para mí es lo más importante). Por eso, mi opinión sobre ETA, que no es más que eso: una opinión (no tiene rango de «mi verdad»), se limita a lo que con trazo grueso expuse.
      Como ya decía en el post, me temo que en este tema vamos a discrepar, pero eso no debería impedir que un día, en el apacible y templado Bilbao de mis amores (supongo que vives por allí), sentados ante sendos cubatas, charlemos, tranquila y desapasionadamente, sobre ello. A ver si te animas; yo estoy deseándolo. Un fuerte abrazo.
      elejaldejulio@gmail.com

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  4. Claro que si...Un día de estos.

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