26 mar 2017

LISA SIMPSON (1)



No sé si algún día los creadores y guionistas de la insuperable serie televisiva LOS SIMPSON decidirán someter a sus personajes al paso del tiempo; es decir, si veremos cómo envejecen Marge y Homer y cómo se van haciendo adultos Lisa, Bart y la bebé Maggie. En algunos episodios de la serie hemos podido ver a Lisa y Bart ya creciditos –en alguno Lisa aparecía como presidenta de USA— pero siempre como una fantasía incrustada en la trama. Obviamente, la gracia de esta serie está en que, por la edad de sus protagonistas, los hechos, anécdotas y aventuras que se relatan afectan a todas las edades; si envejecieran los protas los guionistas tendrían que hacer abuelos a Marge y Homer para no dejar sin niños la serie. No creo que veamos esto; la serie está muy bien como está.
Pero a mí me gustaría saber qué será de Lisa cuando se haga una mujer. Porque Lisa es la única aprovechable de la familia. Homer es un impresentable, una calamidad, y a buen seguro que con los años será peor; no tiene remedio. Marge, aunque es muy buena persona y el pilar de la familia, tiene el imperdonable pecado de haberse unido –y, además, estar enamorada— al tarambana de su marido, por lo que con el paso de los años lo único que le podría pasar es que se desengañara y que fuera consumida por el desamor; bueno, también se podría liar con el vecinillo Flanders, lo cual seguro que daría bastante juego en la serie. En cuanto al hijo, Bart, me temo que, como su padre, tampoco tiene remedio; seguro que, con el paso de los años, superaría a Homer en obesidad y cretinez. A mí siempre me ha parecido que con el paso del tiempo “las virtudes se diluyen y los defectos se agudizan”.
Pero de Lisa, que es la joyita de la familia, se puede esperar todo... y mucho bueno. Por eso, me propongo hacer un ejercicio de futurología para saber qué puede ser de ella. Así que, situándome en el año 2050, cuando pongamos que Lisa cumpla los 50, me dispongo a hacer un imaginario repaso retrospectivo a las principales vivencias que tendrá esta “cerebrito”, por si se cumplen las expectativas que presenta ahora que es una prometedora niña.
Como no sé lo que voy a contar —la historia irá saliendo a medida que avanzo—, pero como supongo que me puedo alargar, voy a dividir la historia en capítulos. Aquí va el primero. 
CAPITULO I – La universidad y un problema
En 2018, ya con 18 años, con un brillante expediente en la primaria y secundaria de Springfield, Lisa se matriculó en una prestigiosa universidad de una ciudad relativamente cercana. Por su predisposición a ser útil a la sociedad, por su compromiso con la justicia y la razón, por su gran capacidad intelectual y por su evidente fluidez verbal, se decantó por estudiar Derecho. Sus padres la animaron y apoyaron, entusiasmados con la idea de llegar a tener una afamada abogada en la familia. Su hermano Bart solo acertó a decirle "Dabuten, Lisa, seré uno de tus más asiduos clientes; espero que me apliques la tarifa familiar". Su hermanita Maggie, que adoraba y sentía gran admiración por Lisa, se sintió muy apenada al saber que se iba a separar de su hermana mayor.
Llena de ilusión, Lisa hizo la maleta y se fue a vivir a una residencia de estudiantes ubicada en la zona universitaria. Por cierto, Milhouse, en el que con el tiempo se había afianzado una casi patológica admiración por Lisa, ya convertida en amor pasional (exacerbado por las constantes calabazas y expresos rechazos de la joven), a la vez (con 20 años) abandonó su trabajo de dependiente en el badulaque de Springfield y se matriculó también en la misma universidad, donde fue admitido por los pelos gracias a una eficaz gestión de Flanders (a la sazón, amigo del piadoso director de la facultad). Así que Lisa y Milhouse compartieron también la universidad, ella con gran brillantez y él evidenciando sus limitaciones intelectuales. Se veían de vez en cuando pero no se relacionaban mucho porque Lisa procuraba evitar los encuentros. A Lisa le agobiaba la sumisión reverencial de su amigo y sus constantes, siempre que se veían, insinuaciones amorosas.
Ya a los 20 años, de la joven Lisa, sin que tuviera un físico llamativo, se podía decir que estaba de buen ver; era una chica guapa y de buen tipo, eso sí, algo bajita. Pero su inteligencia, simpatía y buen talante cubrían de sobra sus limitaciones físicas, que, como he dicho, no eran en absoluto acusadas. Lisa era lo que se dice una joven resultona y, sobre todo, muy agradable en el trato. Vestía con gusto, pero nunca se puso tacones; su relativamente baja estatura no le tenía, en absoluto, acomplejada. Continuaba siendo vegetariana.
En la fiesta de fin de curso del año 2020, en la que sorpresivamente (para ella, no para él) coincidió con Milhouse, Lisa se excedió con el alcohol (no estaba acostumbrada a tomar). Milhouse, que no se le despegó en toda la tarde, se las arregló para que Lisa buscara en él el amparo y remedio para su sobredosis etílica. Lisa se dejó llevar y acabó sin bragas en los brazos de un ardiente Milhouse, que no desaprovechó la ocasión (¡pues no tenía ganas!). Así que Lisa perdió su virginidad en un desván de la residencia de estudiantes; ni se enteró de lo que le pasó, aunque sí relacionó durante unos cuantos días un dolor vaginal sobrevenido con el recuerdo del crispado rostro de Milhouse (sin gafas) en rítmico movimiento acompasado de jadeos y repulsivos sonidos guturales.  El episodio se le aclaró cuando unas semanas más tarde leyó el diagnóstico de la exploración ginecológica a que se sometió al notar la segunda falta: estaba embarazada.  “Ni loca tengo yo un hijo de este capullo”, se dijo con decisión y reiteradamente en cuanto cayó en la cuenta. Se las arregló para abortar sin decir nada a nadie de su familia ni de su entorno cercano (mucho menos al “causante”). “Y al gafotas este de los cojones no le vuelvo a dirigir la palabra… ¡ni a ver!”, se dijo, también con decisión, tras someterse al aborto.

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Ya puedes leer la segunda entrega aquí



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