Listo:
Qué raro, Julio. No has dicho nada sobre lo de Catalunya. El asunto está más
que calentito.
Julio: Y qué puedo decir que no se haya dicho ya. Los medios de comunicación no paran de hablar de eso. En La Sexta casi ocupa toda su programación.
Julio: Y qué puedo decir que no se haya dicho ya. Los medios de comunicación no paran de hablar de eso. En La Sexta casi ocupa toda su programación.
L: Sí,
pero me gustaría conocer tu opinión. Seguro que aportas un ángulo de
observación singular.
J: Sobre lo fundamental del asunto, creo que
ya he escrito en este blog mi opinión. Hace años, en 2012, y después en 2015. Sobre Artur Mas, también
en 2012, en 2014 y en 2015; sobre C. Forcadell,
en 2015; y sobre el derecho
a decidir en varias entradas, como, por ejemplo, en 2016. Así que creo que ya
he dicho bastante, ¿no te parece, Listo?
L: Sí,
pero desde el referéndum que hicieron el pasado 1 de octubre y la posterior declaración
unilateral de independencia (DUI) no has dicho ni pío. ¿Es que no te atreves?
J: Pues no, no me atrevo, y te diré por qué.
A mí me gusta hacer mis comentarios tratando de ser objetivo; es decir, basándome
solamente en lo que me dice el sentido común. O sea, procuro —no sé si lo
consigo— que en lo que digo solamente influya la razón, evitando lo que me
pidan mis tendencias y preferencias. Y viendo a dónde se ha llegado en este
asunto de Catalunya, lo que se ha dicho y lo que se ha hecho (sobre todo, por
los independentistas), la verdad, Listo, me resulta muy difícil ser objetivo.
Por eso no he dicho nada últimamente.
L:
Deduzco, Julio, que te está pasando lo que algunas veces criticas que les pase
a otros: que tus sentimientos perturban tus razonamientos. ¿Es eso?
J: Podría ser algo de eso, sí.
L: ¡Jo,
Julio! Pues explícate; me ha picado la curiosidad. ¡Venga, larga…!
J: Pues es muy simple: les he cogido manía a
Puigdemont y a su séquito de independentistas, y, lo peor, a los catalanes. Y
eso no está bien; me jode. Pero no lo puedo evitar.
L:
Sigue, sigue.
J: Cuando en 2012 hablé por primera
vez de Artur Mas, critiqué su «cinismo jodiente». Me pareció una actitud dedicada
a molestar a los que, en otros sitios, especialmente en Madrid, le criticaban
sus iniciativas secesionistas. Pero esa actitud cínica la he percibido también
últimamente en, prácticamente, todas las declaraciones de los catalanes
partidarios de la movida independentista; sobre todo, en los políticos que la
protagonizan. Cuando les escucho y veo en la radio o en la tele me molestan
bastante; me resultan insufribles.
L:
Bueno, eso es lo que les pasa, creo, a una mayoría de ciudadanos fuera de
Catalunya. Pero lo que no entiendo es que por lo que dicen los políticos hagas
extensiva tu manía, según te he entendido, a los catalanes en general. Eso no
está bien, Julio.
J: Pues no. Y por eso prefiero no decir nada
ahora, porque, por eso, me va a resultar difícil ser objetivo y me voy a tener
que poner de parte de los nacionalistas españoles, que tampoco me gustan nada.
Y para repetir lo que están diciendo estos prefiero estar callado.
L: Bueno,
pero tienes que decirme la causa de tus manías.
J: Pues, la verdad, he pensado bastante sobre
ello. Te cuento. He llegado a la conclusión de que los catalanes «pata negra»,
como son o se creen la mayoría de dirigentes independentistas, piensan que son
superiores al resto de españoles. Me da la impresión de que creen que «su país»,
en todos los sentidos, es mucho mejor que el resto de España. O sea, que tanto
su geografía, su historia y las capacidades de su gente, especialmente las de
los catalanes con pedigrí, están muy por encima de, como ellos dicen, el resto
del Estado. Y esa pretendida superioridad les hace mostrarse —cuando se
expresan en público, especialmente ante «el resto»— en una actitud entre
didáctica y conmiserativa que a mí me parece prepotente.
L: ¿Sí?
A ver, acláralo, Julio.
J: Como piensan que se dirigen a inferiores,
tratan de mostrarse afables y comprensivos ante la, según creen, debilidad
intelectual del resto de españoles, y, por eso, tratan de exponer sus
argumentos independentistas, a sabiendas de que no van a ser asumidos,
adoptando una pose de seguridad para dejar claro que la razón esta
incuestionablemente de su lado. Por eso, combinan la beatífica sonrisa y la
contundencia en sus explicaciones, rechazando lo que los demás puedan decirles
—aunque tenga una lógica aplastante— y dando a entender que los demás no tienen
ni puta idea o son unos perversos antidemocráticos reaccionarios.
L: ¿Es
por eso por lo que no atienden o rechazan los argumentos del gobierno de
España?
J: Pues esa sensación tengo. Aunque disiento
del empecinamiento marianista de negar la posibilidad de un «referéndum legal»,
me parece fatal que los independentistas rechacen sistemáticamente las
evidencias de ilegalidad de lo que han hecho desde el 1 de octubre. O sea, en
esto estoy de acuerdo con la postura de Pablo Iglesias.
L:
Entonces, en cierto modo, estás de acuerdo con lo que quieren los
independentistas, ¿no?
J: En lo del referéndum, sí. Pero de eso no quiero
hablar ahora. Ahora estamos hablando de mi falta de objetividad en el asunto
catalán que me impide hablar razonablemente del tema. Porque, así como en su
momento el «cinismo jodiente» exhibido, en mi opinión, por Artur Mas, me
pareció una actitud particular y exclusiva del expresident, ahora me parece una
actitud generalizada de los dirigentes catalanes que en estas últimas semanas
han protagonizado la movida independentista; por eso he llegado a la conclusión
de que esa actitud es un componente destacado y generalizado de la
idiosincrasia catalana. Me parece que el «seny» ha sufrido una indeseable
mutación.
L: O
sea, consideras que el «cinismo jodiente» forma parte de la personalidad de los
catalanes y por eso les has cogido manía.
J: Algo así. Aunque debo reconocer que, como
ya dije en 2012,
los catalanes siempre me han parecido listos. Pero el cinismo no lo aguanto.
Así que prefiero no hablar de lo que está pasando, porque si lo hiciera estaría
condicionado por lo mal que, desde hace unas semanas, me están cayendo los listillos
catalanes… Y esa generalización, debido a mi falta de objetividad, no está nada
bien.