6 nov 2017

LO DE CATALUNYA


Listo: Qué raro, Julio. No has dicho nada sobre lo de Catalunya. El asunto está más que calentito.

Julio: Y qué puedo decir que no se haya dicho ya. Los medios de comunicación no paran de hablar de eso. En La Sexta casi ocupa toda su programación.

L: Sí, pero me gustaría conocer tu opinión. Seguro que aportas un ángulo de observación singular.

J: Sobre lo fundamental del asunto, creo que ya he escrito en este blog mi opinión. Hace años, en 2012, y después en 2015. Sobre Artur Mas, también en 2012, en 2014 y en 2015; sobre C. Forcadell, en 2015; y sobre el derecho a decidir en varias entradas, como, por ejemplo, en 2016. Así que creo que ya he dicho bastante, ¿no te parece, Listo?

L: Sí, pero desde el referéndum que hicieron el pasado 1 de octubre y la posterior declaración unilateral de independencia (DUI) no has dicho ni pío. ¿Es que no te atreves?

J: Pues no, no me atrevo, y te diré por qué. A mí me gusta hacer mis comentarios tratando de ser objetivo; es decir, basándome solamente en lo que me dice el sentido común. O sea, procuro —no sé si lo consigo— que en lo que digo solamente influya la razón, evitando lo que me pidan mis tendencias y preferencias. Y viendo a dónde se ha llegado en este asunto de Catalunya, lo que se ha dicho y lo que se ha hecho (sobre todo, por los independentistas), la verdad, Listo, me resulta muy difícil ser objetivo. Por eso no he dicho nada últimamente.

L: Deduzco, Julio, que te está pasando lo que algunas veces criticas que les pase a otros: que tus sentimientos perturban tus razonamientos. ¿Es eso?
J: Podría ser algo de eso, sí.

L: ¡Jo, Julio! Pues explícate; me ha picado la curiosidad.  ¡Venga, larga…!

J: Pues es muy simple: les he cogido manía a Puigdemont y a su séquito de independentistas, y, lo peor, a los catalanes. Y eso no está bien; me jode. Pero no lo puedo evitar.

L: Sigue, sigue.

J: Cuando en 2012 hablé por primera vez de Artur Mas, critiqué su «cinismo jodiente». Me pareció una actitud dedicada a molestar a los que, en otros sitios, especialmente en Madrid, le criticaban sus iniciativas secesionistas. Pero esa actitud cínica la he percibido también últimamente en, prácticamente, todas las declaraciones de los catalanes partidarios de la movida independentista; sobre todo, en los políticos que la protagonizan. Cuando les escucho y veo en la radio o en la tele me molestan bastante; me resultan insufribles.

L: Bueno, eso es lo que les pasa, creo, a una mayoría de ciudadanos fuera de Catalunya. Pero lo que no entiendo es que por lo que dicen los políticos hagas extensiva tu manía, según te he entendido, a los catalanes en general. Eso no está bien, Julio.

J: Pues no. Y por eso prefiero no decir nada ahora, porque, por eso, me va a resultar difícil ser objetivo y me voy a tener que poner de parte de los nacionalistas españoles, que tampoco me gustan nada. Y para repetir lo que están diciendo estos prefiero estar callado.

L: Bueno, pero tienes que decirme la causa de tus manías.

J: Pues, la verdad, he pensado bastante sobre ello. Te cuento. He llegado a la conclusión de que los catalanes «pata negra», como son o se creen la mayoría de dirigentes independentistas, piensan que son superiores al resto de españoles. Me da la impresión de que creen que «su país», en todos los sentidos, es mucho mejor que el resto de España. O sea, que tanto su geografía, su historia y las capacidades de su gente, especialmente las de los catalanes con pedigrí, están muy por encima de, como ellos dicen, el resto del Estado. Y esa pretendida superioridad les hace mostrarse —cuando se expresan en público, especialmente ante «el resto»— en una actitud entre didáctica y conmiserativa que a mí me parece prepotente.

L: ¿Sí? A ver, acláralo, Julio.
J: Como piensan que se dirigen a inferiores, tratan de mostrarse afables y comprensivos ante la, según creen, debilidad intelectual del resto de españoles, y, por eso, tratan de exponer sus argumentos independentistas, a sabiendas de que no van a ser asumidos, adoptando una pose de seguridad para dejar claro que la razón esta incuestionablemente de su lado. Por eso, combinan la beatífica sonrisa y la contundencia en sus explicaciones, rechazando lo que los demás puedan decirles —aunque tenga una lógica aplastante— y dando a entender que los demás no tienen ni puta idea o son unos perversos antidemocráticos reaccionarios.

L: ¿Es por eso por lo que no atienden o rechazan los argumentos del gobierno de España?

J: Pues esa sensación tengo. Aunque disiento del empecinamiento marianista de negar la posibilidad de un «referéndum legal», me parece fatal que los independentistas rechacen sistemáticamente las evidencias de ilegalidad de lo que han hecho desde el 1 de octubre. O sea, en esto estoy de acuerdo con la postura de Pablo Iglesias.
L: Entonces, en cierto modo, estás de acuerdo con lo que quieren los independentistas, ¿no?

J: En lo del referéndum, sí. Pero de eso no quiero hablar ahora. Ahora estamos hablando de mi falta de objetividad en el asunto catalán que me impide hablar razonablemente del tema. Porque, así como en su momento el «cinismo jodiente» exhibido, en mi opinión, por Artur Mas, me pareció una actitud particular y exclusiva del expresident, ahora me parece una actitud generalizada de los dirigentes catalanes que en estas últimas semanas han protagonizado la movida independentista; por eso he llegado a la conclusión de que esa actitud es un componente destacado y generalizado de la idiosincrasia catalana. Me parece que el «seny» ha sufrido una indeseable mutación.

L: O sea, consideras que el «cinismo jodiente» forma parte de la personalidad de los catalanes y por eso les has cogido manía.

J: Algo así. Aunque debo reconocer que, como ya dije en 2012, los catalanes siempre me han parecido listos. Pero el cinismo no lo aguanto. Así que prefiero no hablar de lo que está pasando, porque si lo hiciera estaría condicionado por lo mal que, desde hace unas semanas, me están cayendo los listillos catalanes… Y esa generalización, debido a mi falta de objetividad, no está nada bien. 

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