Hoy, día de Reyes, ha salido una mañana
desapacible en Madrid; lluvia y frío. Así que he decido quedarme tranquilamente
en casa y ver el partido que a las 13:00 daban por la tele: Atlético de
Madrid-Getafe.
He aguantado solamente el primer tiempo; no
he podido más. Por lo que me he levantado del sillón, he cogido el paquete de tabaco, el cenicero y mi pelotazo de vermut y me he puesto a escribir esto. Estaba
asqueado con lo que estaba viendo. Y mira que a mí, desde chaval, el fútbol es
el deporte que, con diferencia, más me ha gustado; también lo he practicado hasta edades que
podrían considerarse prohibidas para esta actividad (sesenta y tantos). Pero
parece que me he hecho viejo para verlo; bueno, para ver el fútbol de élite
(primera división) que se ve en España. Es de asco, ya digo.
Me asquea todo lo del fútbol: los jugadores
(salvo la excepción que luego citaré), los espectadores y los periodistas comentaristas;
menos, los árbitros y también algunos directivos (aunque a estos,
afortunadamente, se les ve mucho menos). Diré los porqués.
Muchos de los jugadores,
como ya dije en otra
entrada de este blog, son marrulleros y tramposos. Una buena parte
gana una pasta gansa —obviamente porque son buenos o muy buenos futbolistas—,
por lo que deberían ser más considerados con el espectáculo que les proporciona
fama y dinero. También con el aficionado que paga por verlos: unos por verles
ganar y otros no (no hay que olvidar que los partidos no solo los ven los
aficionados del equipo de cada futbolista). Pues no, ellos con una asquerosa
desvergüenza creen que los partidos son presenciados solo por los aficionados
de su equipo y que, por tanto, se les perdonarán todas las trampas y
marrullerías que hagan si tal comportamiento
resulta en favor de su equipo. O sea, juegan solo para los hinchas de su equipo. Vale, habrá quien entienda que eso debe ser así, al fin y al cabo su equipo es el que les paga. Pero, asumiendo que, en parte, eso tiene algún sentido, en el fútbol como en otras actividades, sobre todo si se hacen en público, hay que tener un mínimo de honradez; no todo puede valer. A mí así me lo parece, por eso me da asco verles hacer marrullerías y trampas. Se puede jugar de otro modo; sin ir más lejos, en los partidos de la liga inglesa no se ven las cosas de las que hablo; al menos no con la repulsiva frecuencia que en la de España. Los futbolistas de aquí deberían aprender de los de la «premier», aunque me temo que esto va a ser difícil. Para ejemplo de esto, el del impresentable jugador del Atlético de Madrid Diego Costa, que ha estado las últimas temporadas en la «premier» y ha redebutado hoy en la liga española. Por la radio, me he enterado que en el segundo tiempo del partido que yo estaba viendo hoy le han expulsado por hacer el capullo. También es de los tramposos/marrulleros (además de tonto) y, por lo visto, no ha aprendido nada.
resulta en favor de su equipo. O sea, juegan solo para los hinchas de su equipo. Vale, habrá quien entienda que eso debe ser así, al fin y al cabo su equipo es el que les paga. Pero, asumiendo que, en parte, eso tiene algún sentido, en el fútbol como en otras actividades, sobre todo si se hacen en público, hay que tener un mínimo de honradez; no todo puede valer. A mí así me lo parece, por eso me da asco verles hacer marrullerías y trampas. Se puede jugar de otro modo; sin ir más lejos, en los partidos de la liga inglesa no se ven las cosas de las que hablo; al menos no con la repulsiva frecuencia que en la de España. Los futbolistas de aquí deberían aprender de los de la «premier», aunque me temo que esto va a ser difícil. Para ejemplo de esto, el del impresentable jugador del Atlético de Madrid Diego Costa, que ha estado las últimas temporadas en la «premier» y ha redebutado hoy en la liga española. Por la radio, me he enterado que en el segundo tiempo del partido que yo estaba viendo hoy le han expulsado por hacer el capullo. También es de los tramposos/marrulleros (además de tonto) y, por lo visto, no ha aprendido nada.
Los espectadores
—los de todos los equipos—, por lo que en la tele se percibe (por lo que
gritan), también me dan asco. No me voy a extender sobre ellos porque enjuiciar
a los espectadores que llenan los estadios sería una tarea poco menos que
absurda además de inútil; no merece la pena. Solo voy a decir que hace ya muchos
años caí en la cuenta de que, hablando, sobre todo, de los más jóvenes, la
cuota de memos o imbéciles de este colectivo supera ampliamente la media de la
sociedad o de la mayoría de otros colectivos.
O sea, que el fútbol acoge, como espectadores, a los más gilipollas de cada lugar. No digo que todos los espectadores del fútbol lo sean, por supuesto; digo que, en proporción, la gilipollez humana encuentra en las gradas de los estadios lugar adecuado para dar rienda suelta a su memez o estupidez, que, con razón, en otros espacios no se tolera. En el último partido que estuve como espectador (en el Calderón), la grada que está detrás de una de las porterías la ocupaba un numerosísimo grupo de los gilipollas de que hablo: no pararon de «cantar» sonidos desagradables que acompañaban con pequeños saltitos o movimientos; solo de vez en cuando se paraban para llamar hijoputa al árbitro o a alguno de los jugadores rivales. Me dieron la tarde (estaba relativamente cerca de ellos).
O sea, que el fútbol acoge, como espectadores, a los más gilipollas de cada lugar. No digo que todos los espectadores del fútbol lo sean, por supuesto; digo que, en proporción, la gilipollez humana encuentra en las gradas de los estadios lugar adecuado para dar rienda suelta a su memez o estupidez, que, con razón, en otros espacios no se tolera. En el último partido que estuve como espectador (en el Calderón), la grada que está detrás de una de las porterías la ocupaba un numerosísimo grupo de los gilipollas de que hablo: no pararon de «cantar» sonidos desagradables que acompañaban con pequeños saltitos o movimientos; solo de vez en cuando se paraban para llamar hijoputa al árbitro o a alguno de los jugadores rivales. Me dieron la tarde (estaba relativamente cerca de ellos).
Los periodistas comentaristas también son de pena. Digo comentaristas
porque me refiero principalmente a los que comentan los partidos que veo en la
tele; por supuesto, no se me ocurre leer un periódico deportivo, menos de los
que se ocupan preferentemente de fútbol, o sea, del Madrid o del Barcelona.
Pero como veo fútbol en la tele no me queda más remedio que aguantar a los
comentaristas; bueno, en más de una ocasión, para no aguantarlos, eliminé el
sonido de la tele. De los comentaristas ya me quejé en otra
entrada; por tanto, no voy a repetirme. Solo diré que algunos, no todos, me
resultan insufribles.
De los árbitros
prefiero no hablar. Ya lo hacen —en exceso— los ignorantes (en fútbol) reporteros de los
medios de comunicación. Yo creo que los árbitros hacen lo que pueden, teniendo
en cuenta las trampas de los futbolistas, la presión de las gradas y las
memeces de los periodistas.
Lo de los directivos, especialmente los de los grandes clubes como son el
Barcelona y el Madrid, es de puta pena. Solo puedo decir que son los máximos
culpables de que en el fútbol se manejen, sin ningún control ni limitación, astronómicas
cifras. Pagar decenas (muchas) de millones de euros por el fichaje de un jugador
es, sencillamente, una inmoralidad. Y todo por dar gusto al ego del presidente de turno. Se merecen lo peor
Creo que, más o menos, se habrá entendido por qué me da asco el actual fútbol profesional de élite en España, y que, por eso, esté perdiendo mi afición. Me preocupa. Menos mal que
aún disfruto viendo a Messi. Así que
ya solo veo los partidos del Barça… bueno, también los del Athletic… aunque
juegue el marrullero/tramposo Raúl García.