Esta es la quinta entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene los capítulos VI y VII. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí.
CAPÍTULO
VI – Nuevos horizontes
Aunque le resultó muy doloroso, los efectos del chasco
con Jimmy no le duraron mucho. Se sobrepuso con facilidad, lo que, tras una
distendida y cordial charla con el interfecto, le permitió continuar en su
trabajo junto a Jimmy como si nada hubiera ocurrido. Lisa, a esas alturas de su
vida, ya tenía un armazón sicológico muy potente que le permitía sobreponerse
con cierta facilidad a los reveses que pudiera sufrir. Por eso, al menos
aparentemente, superó sin ningún problema el «incidente», que fue como lo
definió cuando le contó a Grace lo ocurrido.
—Pero, ¿no le habías notado la pluma? A ver
si estás perdiendo facultades—, le dijo su amiga, muy extrañada de que Lisa no
hubiera reparado en la orientación sexual de Jimmy después de haber estado
trabajando junto a él durante tres años.
Precisamente la preocupación por ese fallo fue
el único problema que le produjo a Lisa el «incidente». Estuvo preocupada con
ello durante unos días, dándole vueltas en la cabeza al asunto, tratando de
encontrar la razón de su descuido. Al final concluyó: «Bah, el mejor escribano
echa un borrón. Que te sirva para que, en adelante, no te confíes, Lisita, y ante
los hombres estés siempre alerta». Pero el «incidente» también le sirvió para
iniciar un periodo de reflexión sobre su presente y futuro, tanto en lo personal
como en lo profesional. En lo personal, empezó a plantearse qué tipo de vida
quería, ¿matrimonio?, ¿hijos? En lo profesional, por primera vez se preguntó
qué quería ser de mayor. Posiblemente, estas preguntas podrían tener una
respuesta fácil en la mayoría de las mujeres de su edad, pero Lisa era
especial. Su superior inteligencia, su sentido trascendente de la vida en el
que ocupaban un lugar preferente los conceptos razón y justicia, sus recuerdos
de la niñez y de su primera juventud (aún se consideraba muy joven) y, en suma,
todas las experiencias ya vividas, eran variables que interactuaban en sus
reflexiones, a veces interponiéndose unas con otras, por lo que el análisis no le
resultaba fácil.
La idea de ser madre le gustaba; la del matrimonio,
menos. Su profesión le apasionaba, pero no podía evitar una mueca de desagrado cuando
se imaginaba continuando con lo mismo a los 50 años o más. Por otra parte, su
autoestima había crecido en los últimos años, sobre todo cuando mentalmente se
comparaba con los de su entorno. «Vales mucho, Lisita», se decía al concluir sus
comparaciones. Así, el autoconvencimiento sobre su gran valía y, por otro lado,
su interés en ser útil a la sociedad, que derivaba de su indudable y siempre
demostrado espíritu de servicio, dirigieron sus reflexiones a la conclusión de que
su lugar en la vida estaba ¡en la política! «Por qué no», se dijo frunciendo el
ceño y con su habitual determinación.
Este proceso reflexivo le acompañó durante
bastante tiempo. La conclusión le gustaba, pero, a la vez, le producía miedo,
más bien, cierto desasosiego. Y, desde luego, no se quería equivocar. En lo
personal —hijos y matrimonio— no había que forzar las cosas; lo que tuviera que
ser, sería. Pero en lo profesional, o sea, en lo de la política, habría que intentarlo,
para lo cual debería estar muy atenta para poder aprovechar cualquier oportunidad
para dar el paso; es decir, para tomar contacto con ese mundo totalmente
desconocido para ella hasta entonces. «No hay prisa, pero ojo avizor, Lisita»,
se dijo.
CAPÍTULO
VII – Comienzos en la política
En el verano de 2034, Estefany, la gorda, con
la que seguía compartiendo el apartamento, invitó a Lisa a pasar una semana en
casa de sus padres, en una pequeña localidad costera de Massachussetts, a unos 65 kilómetros de Boston. Un
día, Lisa y Estefany, junto a los padres de esta, fueron invitados a cenar en
casa de unos amigos de los padres. Lisa, como durante el resto de la semana, se
sintió muy a gusto en aquel ambiente y no paró de conversar con otros invitados
y con los anfitriones. En la agradable velada en el jardín que siguió a la
cena, Lisa fue reclamada por un grupo de mujeres —todas sexagenarias, más o
menos— para charlar, a lo que accedió encantada. Con su desparpajo y simpatía
habituales, enseguida Lisa acaparó la atención del grupo y contestó de muy buen
grado a las preguntas, incluso a las indiscretas, con que, casi, le atosigaron.
Resulta que dos de las que se mostraron más interesadas le confesaron que, como
Lisa, habían participado años atrás en los movimientos feministas y, por esto,
pronto surgió una corriente de simpatía con sus dos interlocutoras. Cuando, en
el transcurso de la cordial conversación, Lisa, sin ninguna intención,
manifestó que estaba considerando la posibilidad de incorporarse a la política,
una de las del grupo dijo algo así como «Eso se puede arreglar fácilmente».
Resulta que su marido era un veterano destacado cargo del Partido Demócrata. El
contacto estaba hecho; había que aprovecharlo.
Y bien que lo aprovechó Lisa. A los pocos días de volver, Lisa se puso
en contacto con los responsables locales del partido, que ya habían recibido la
recomendación de atender bien a Lisa. No le costó mucho convencerlos de que reunía
condiciones intelectuales, habilidades dialécticas, talante y, además,
experiencia laboral, más que aprovechables para destacar en el partido. Le
asignaron un puesto, no muy importante, pero de cierta visibilidad, que, en
principio, no sería remunerado. Así se lo explicó el cabeza local del partido,
Mr. Williams, que, por prudencia y sin decirlo, colocó a Lisa en una especie de
periodo de prueba. Lisa aceptó entusiasmada, aunque tuvo que compatibilizarlo con su trabajo en el despacho.
Durante el primer año, Lisa se ocupó de ponerse al día de los asuntos
que se gestionaban en el partido. Hizo muy buenas migas con todos sus
compañeros, que enseguida se dieron cuenta de que habían hecho un magnífico
fichaje. Estefany estaba encantada al ver cómo Lisa, en cuanto las tareas del
despacho se lo permitían, volvía al apartamento y se encerraba en su habitación
para estudiar y analizar los asuntos del partido. «Lisa, de la intendencia y
del avituallamiento me ocupo yo; tú a arreglar el país», le dijo un día Estefany
con cierta sorna pero con total sinceridad, porque veía con mucho agrado cómo
Lisa estaba ilusionada con la actividad que había iniciado, de lo cual Estefany,
por el hecho de la invitación, se sentía partícipe y, en cierto modo,
inductora, lo que le satisfacía enormemente. «Esta llegará lejos», pensaba
siempre que le preparaba la cena.
En el segundo año en el partido, Lisa ya empezó a manifestar, siempre
que podía, sus opiniones. Ya le preguntaban. Su nombre empezó a sonar. Tuvo
alguna pequeña intervención en la tele y su número de teléfono fue
incorporándose a la lista de contactos de los periodistas locales. En el otoño
de 2036, a sus 36, Lisa recibió de Mr. Williams la propuesta formal de
incorporarse al partido full time. «Te pagaremos lo mismo que ganas ahora». No
se lo pensó y aceptó. Lisa Simpson había iniciado su carrera política.
Ya puedes leer la sexta entrega aquí
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