12 abr 2017

LISA SIMPSON (5)

Esta es la quinta entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene los capítulos VI y VII. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí.


CAPÍTULO VI – Nuevos horizontes


Aunque le resultó muy doloroso, los efectos del chasco con Jimmy no le duraron mucho. Se sobrepuso con facilidad, lo que, tras una distendida y cordial charla con el interfecto, le permitió continuar en su trabajo junto a Jimmy como si nada hubiera ocurrido. Lisa, a esas alturas de su vida, ya tenía un armazón sicológico muy potente que le permitía sobreponerse con cierta facilidad a los reveses que pudiera sufrir. Por eso, al menos aparentemente, superó sin ningún problema el «incidente», que fue como lo definió cuando le contó a Grace lo ocurrido.
—Pero, ¿no le habías notado la pluma? A ver si estás perdiendo facultades—, le dijo su amiga, muy extrañada de que Lisa no hubiera reparado en la orientación sexual de Jimmy después de haber estado trabajando junto a él durante tres años. 

Precisamente la preocupación por ese fallo fue el único problema que le produjo a Lisa el «incidente». Estuvo preocupada con ello durante unos días, dándole vueltas en la cabeza al asunto, tratando de encontrar la razón de su descuido. Al final concluyó: «Bah, el mejor escribano echa un borrón. Que te sirva para que, en adelante, no te confíes, Lisita, y ante los hombres estés siempre alerta». Pero el «incidente» también le sirvió para iniciar un periodo de reflexión sobre su presente y futuro, tanto en lo personal como en lo profesional. En lo personal, empezó a plantearse qué tipo de vida quería, ¿matrimonio?, ¿hijos? En lo profesional, por primera vez se preguntó qué quería ser de mayor. Posiblemente, estas preguntas podrían tener una respuesta fácil en la mayoría de las mujeres de su edad, pero Lisa era especial. Su superior inteligencia, su sentido trascendente de la vida en el que ocupaban un lugar preferente los conceptos razón y justicia, sus recuerdos de la niñez y de su primera juventud (aún se consideraba muy joven) y, en suma, todas las experiencias ya vividas, eran variables que interactuaban en sus reflexiones, a veces interponiéndose unas con otras, por lo que el análisis no le resultaba fácil. 

La idea de ser madre le gustaba; la del matrimonio, menos. Su profesión le apasionaba, pero no podía evitar una mueca de desagrado cuando se imaginaba continuando con lo mismo a los 50 años o más. Por otra parte, su autoestima había crecido en los últimos años, sobre todo cuando mentalmente se comparaba con los de su entorno. «Vales mucho, Lisita», se decía al concluir sus comparaciones. Así, el autoconvencimiento sobre su gran valía y, por otro lado, su interés en ser útil a la sociedad, que derivaba de su indudable y siempre demostrado espíritu de servicio, dirigieron sus reflexiones a la conclusión de que su lugar en la vida estaba ¡en la política! «Por qué no», se dijo frunciendo el ceño y con su habitual determinación. 

Este proceso reflexivo le acompañó durante bastante tiempo. La conclusión le gustaba, pero, a la vez, le producía miedo, más bien, cierto desasosiego. Y, desde luego, no se quería equivocar. En lo personal —hijos y matrimonio— no había que forzar las cosas; lo que tuviera que ser, sería. Pero en lo profesional, o sea, en lo de la política, habría que intentarlo, para lo cual debería estar muy atenta para poder aprovechar cualquier oportunidad para dar el paso; es decir, para tomar contacto con ese mundo totalmente desconocido para ella hasta entonces. «No hay prisa, pero ojo avizor, Lisita», se dijo. 


CAPÍTULO VII – Comienzos en la política

En el verano de 2034, Estefany, la gorda, con la que seguía compartiendo el apartamento, invitó a Lisa a pasar una semana en casa de sus padres, en una pequeña localidad costera de Massachussetts, a unos 65 kilómetros de Boston. Un día, Lisa y Estefany, junto a los padres de esta, fueron invitados a cenar en casa de unos amigos de los padres. Lisa, como durante el resto de la semana, se sintió muy a gusto en aquel ambiente y no paró de conversar con otros invitados y con los anfitriones. En la agradable velada en el jardín que siguió a la cena, Lisa fue reclamada por un grupo de mujeres —todas sexagenarias, más o menos— para charlar, a lo que accedió encantada. Con su desparpajo y simpatía habituales, enseguida Lisa acaparó la atención del grupo y contestó de muy buen grado a las preguntas, incluso a las indiscretas, con que, casi, le atosigaron. Resulta que dos de las que se mostraron más interesadas le confesaron que, como Lisa, habían participado años atrás en los movimientos feministas y, por esto, pronto surgió una corriente de simpatía con sus dos interlocutoras. Cuando, en el transcurso de la cordial conversación, Lisa, sin ninguna intención, manifestó que estaba considerando la posibilidad de incorporarse a la política, una de las del grupo dijo algo así como «Eso se puede arreglar fácilmente». Resulta que su marido era un veterano destacado cargo del Partido Demócrata. El contacto estaba hecho; había que aprovecharlo. 

Y bien que lo aprovechó Lisa. A los pocos días de volver, Lisa se puso en contacto con los responsables locales del partido, que ya habían recibido la recomendación de atender bien a Lisa. No le costó mucho convencerlos de que reunía condiciones intelectuales, habilidades dialécticas, talante y, además, experiencia laboral, más que aprovechables para destacar en el partido. Le asignaron un puesto, no muy importante, pero de cierta visibilidad, que, en principio, no sería remunerado. Así se lo explicó el cabeza local del partido, Mr. Williams, que, por prudencia y sin decirlo, colocó a Lisa en una especie de periodo de prueba. Lisa aceptó entusiasmada, aunque tuvo que compatibilizarlo con su trabajo en el despacho. 

Durante el primer año, Lisa se ocupó de ponerse al día de los asuntos que se gestionaban en el partido. Hizo muy buenas migas con todos sus compañeros, que enseguida se dieron cuenta de que habían hecho un magnífico fichaje. Estefany estaba encantada al ver cómo Lisa, en cuanto las tareas del despacho se lo permitían, volvía al apartamento y se encerraba en su habitación para estudiar y analizar los asuntos del partido. «Lisa, de la intendencia y del avituallamiento me ocupo yo; tú a arreglar el país», le dijo un día Estefany con cierta sorna pero con total sinceridad, porque veía con mucho agrado cómo Lisa estaba ilusionada con la actividad que había iniciado, de lo cual Estefany, por el hecho de la invitación, se sentía partícipe y, en cierto modo, inductora, lo que le satisfacía enormemente. «Esta llegará lejos», pensaba siempre que le preparaba la cena. 

En el segundo año en el partido, Lisa ya empezó a manifestar, siempre que podía, sus opiniones. Ya le preguntaban. Su nombre empezó a sonar. Tuvo alguna pequeña intervención en la tele y su número de teléfono fue incorporándose a la lista de contactos de los periodistas locales. En el otoño de 2036, a sus 36, Lisa recibió de Mr. Williams la propuesta formal de incorporarse al partido full time. «Te pagaremos lo mismo que ganas ahora». No se lo pensó y aceptó. Lisa Simpson había iniciado su carrera política.

Ya puedes leer la sexta entrega aquí



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